domingo, 7 de octubre de 2007

LA SANGRE ACUSADORA Y OTROS MITOS CRIMINOLOGICOS


Por Juan Carlos Bircann



If you want to understand the criminal personality you have to study his crime

(John Douglas, Mindhunter).




Como disciplina la Criminalística nace en el año 1892 a raíz de los trabajos de Hans Gross y su Manual del Juez en la ciudad de Graz, Austria. Por otro lado, la Criminología, que no debe confundirse con la primera, surge específicamente el 15 de abril de 1876, fecha en que el editor Hoepli, de Milán, Italia, saca al mercado los primeros ejemplares de L’Uomo Delincuente, voluminosa obra escrita por el Dr. Cesare Lombroso, Director del Manicomio de Pesaro, Médico de prisiones y el Ejército. Conjuntamente con Enrico Ferri y Rafaelle Garofalo se le reconoce como el fundador de la Escuela Positiva del Derecho Penal y, con justicia, como el padre de la Criminología. De manera formal ambas disciplinas nacen en el S. XIX, durante la llamada “Era de la Ciencia”, marcada por la Revolución Industrial, el maquinismo y novedosos inventos; también fue el período en que azotaba en Whitechapel, en el East End londinense, el asesino serial más famoso de la historia: Jack El Destripador. No obstante, muchos siglos antes de Vucetich, Bertillon, Pare, Lacassagne, Orfila y otros destacados nombres de la Ciencia Criminal en China era costumbre estampar en los contratos las huellas dactilares a modo de firma y existía un sistema de identificación y diferenciación de las mismas. En Europa la Demonología o “ciencia” de la posesión diabólica se había convertido en Psiquiatría desde Pinel. Antes del triunfo del conocimiento sobre la ignorancia y la Razón sobre la Fe el epiléptico, el esquizofrénico, el neurótico, el psicópata, etc., eran considerados poseídos por el Diablo. Cualquier infeliz histérica era acusada de brujería, juzgada por los tribunales inquisitoriales, condenada, entregada a las autoridades seculares y llevada a la hoguera. Sin embargo, para las necesidades sociales de la época estas prácticas (ordalías, quema de brujas, autos de fe, torturas para obtener la confesión) llenaban su cometido. No nos equivocamos al afirmar que “criminología” ha habido siempre, desde que ha habido crímenes, aunque se tratase de una criminología rudimentaria, tosca y elemental. No es preciso insistir en la antigüedad y universalidad del delito, inseparable de la especie humana. Homo homini lupus.

De igual manera que el ser humano presenta en la región lumbar algunas pequeñas vértebras denominadas “flotantes” y que Darwin reconoció como un rudimento o vestigio de lo que alguna vez fuera la cola de nuestros antepasados homínidos, en el ámbito del pensamiento aún quedan algunos atavismos de tipo intelectual. Tal es el caso de la Sangre Acusadora o estilicidio de sangre, como le llamaban los antiguos prácticos criminalistas a la creencia en que las heridas del muerto sangraban en presencia del asesino. Dicha idea parece ser de origen germano, pues el texto más antiguo en que figura es el Cantar de Los Nibelungos, cuando Krimilda hace desfilar ante el cadáver de Sigfrido a sus compañeros de armas; al acercarse el traidor Hagen las heridas comenzaron a sangrar. “Ellos mantuvieron su mentira: Que el que sea inocente lo manifieste con claridad; que se acerque al ataúd y de este modo se conocerá bien pronto la verdad”; “Fue un gran milagro el que ocurrió entonces, porque cuando el asesino se acercó al muerto, la sangre brotó de las heridas. Así sucedió y quedó reconocido que Hagen lo había hecho.”

Consta en registros judiciales que el día 20 de junio de 1669 un Tribunal de Pomerania requirió a la facultad de Francfort un dictamen respecto a un delito de infanticidio a fin de determinar si el crimen había sido cometido por la madre o por la abuela. La facultad ordenó que una tras otra se acercaran a la criatura y que al tocarla pronunciasen la siguiente fórmula: “Si fuera yo culpable de tu muerte, que Dios lo diga mediante una señal de tu cuerpo”. Primero lo hizo la madre, y la señal no se produjo, pero cuando le tocó el turno a la abuela “la cara del niño se cubrió de rubor y de sus ojos brotaron lágrimas de sangre.”

En el capítulo XIV de la Primera Parte de El Quijote se describe una situación similar en el diálogo entre Ambrosio y Marcela; pero donde mejor se ilustra en el ámbito de la literatura lo relacionado a la Sangre Acusadora es en unos versos de Gutierre (se escribe sin z) de Cetina que dicen así:

Cosa es cierta Señor, y muy sabida
Aunque el secreto della esté encubierto,
Que lanza de sí sangre un cuerpo muerto
Si se pone a mirarlo el homicida.

Don Constancio Bernaldo de Quirós, precursor de la Criminología en la República Dominicana, quien llegó a nuestro país como exiliado a raíz de la Guerra Civil Española (1936-1939) “sin un solo libro o documento y tan pobre, que al entrar en Francia fue internado en un asilo de locos” nos dice en su obra Criminología (1948): “La prueba del estilicidio de sangre se conserva aún viva en lugares apartados y entre personas incultas, como yo mismo he podido comprobar últimamente en la República Dominicana, registrando estas líneas del libro Al Amor del Bohío, especie de resumen folklórico de la isla, de Ramón Emilio Jiménez, describiendo el cuadro de costumbres de la conducción de enfermos y de heridos en literas, por los caminos primitivos de las regiones olvidadas: “si la herida seguía hemorrágica durante la jornada, había sospechas de que el heridor estaba entre los cargadores de la litera” (Op. cit. P.307).

Cuando la Magistratura no estaba en manos de profesionales del Derecho se presentó el caso de un representante del Ministerio Público que acusaba a un individuo porque el cadáver había botado sangre de las heridas cuando lo hizo saltar por encima. M.R. Cruz Díaz, quien fue Juez de Instrucción en los Distritos Judiciales de Santiago y Duarte, en su ilustrativa obra Supersticiones Criminológicas y Médicas (1964) nos refiere que un día del mes de mayo de 1938 fue hallado muerto en la Sección La Bomba de Cenoví, San Francisco de Macorís, Provincia Duarte, el nombrado M.S.D., presentando múltiples heridas, una de las cuales casi separó la cabeza del cuerpo y que tras reunir a los principales sospechosos el Fiscal, creyendo que las heridas manaban sangre en presencia del asesino, hizo pasar a todos los detenidos por encima del cadáver, pero al no ocurrir nada le preguntó al Alcalde Pedáneo si había alguna persona del lugar que no estuviera presente. Este le dijo que había un tal M.V.F. que se había marchado del pueblo luego de la tragedia; el Fiscal ordenó su arresto, lo interrogó y lo hizo pasar sobre el cadáver y en esta ocasión sí botó sangre, bastando esta circunstancia para hacer el sometimiento. El acusado fue descargado en Primera Instancia pero posteriormente condenado en la Corte de Apelación. No disponemos de información sobre un eventual recurso de casación con relación a este caso.

En la edición de EL CARIBE correspondiente al 20 de junio de 1950 aparece un breve reportaje sobre una muerte acaecida en San Pedro de Macorís y en el cual se dice “cuando se disponían a trasladar el cuerpo, Pascual Zapata, alias Colorado, quien había ayudado a buscar a Lolo, le puso la mano al cadáver, e inmediatamente la sangre comenzó a brotar con violencia”. Se refiere que entre los presentes surgieron comentarios que confirmaban la vieja creencia en la Sangre Acusadora.

Al parecer, el mito del estilicidio de sangre se ha extinguido en nuestro medio; pervive aún como un rasgo folklórico y quizás muy esporádicamente resurge como un elemento atávico, pues en nuestra experiencia como Ministerio Público adscrito al Departamento de Homicidios de la P.N. en Santiago durante el período 1996-2000 en el que participamos en docenas de levantamientos de cadáveres, dirigimos interrogatorios y entrevistas a reales y presuntos homicidas, testigos, informantes y familiares de las víctimas y analizamos cientos de informes de autopsia, nunca se nos presentó el caso de que alguien hiciera referencia a este mito. Sin embargo, en ocasión de asumir la defensa del nombrado A.C. en diciembre del 2001, a quien se acusaba conjuntamente con los nombrados J.E. y J.A.T. de haber dado muerte a L.E.E. mientras este se desplazaba en su motocicleta por uno de los caminos de la Sección Inoa, San José de Las Matas, en fecha 26-9-2001, tuvimos la oportunidad de estar cara a cara frente a dicha superstición. En el caso de marras no había testigos presenciales, la evidencia física era escasa y circunstancial, a la víctima no se le conocían enemigos, muy por el contrario, gozaba del aprecio de todos los que le trataban. No obstante, existía la certeza de que le habían partido el cráneo con un palo que fue hallado en el lugar, roto y manchado de sangre. Como era costumbre (eran los días del Código de Procedimiento Criminal de 1884) la Policía procedió a detener a muchas personas residentes en el lugar a quienes traían en masa a bordo de vehículos de carga, como si de ganado se tratase. Durante el conocimiento del recurso de Habeas Corpus, que era un juicio de indicios de acuerdo a la normativa vigente, y cuyo objeto es salvaguardar la libertad individual, un testigo, P.E. dejó caer como una bomba la afirmación de que el autor del hecho debía ser el nombrado J.E. porque cuando éste hizo acto de presencia en el velorio el cuerpo de L.E.E. empezó a sangrar por la nariz; además, no había asistido a la vela del occiso.

Extrañamente el testigo se identificó ante el plenario como Presidente de Asamblea; le informamos que la Sangre Acusadora era una superstición alemana, el mismo país donde había nacido el hereje Martín Lutero.

Hicimos hincapié en la ambigüedad moral del testigo y su pensamiento “mágico” para echar por tierra esas declaraciones “interesadas y tendenciosas”, refiriendo someramente que lo del sangrado nasal era algo lógico habida cuenta que según la experticia medicolegal la causa de la muerte había sido “trauma cráneo-encefálico severo”.

Aunque parezca increíble, estos atavismos intelectuales de vez en cuando salen a la luz en los procesos, principalmente en el juicio criminal, en que el elemento humano alcanza la categoría de tragedia como bien precisa Carnelutti en Las Miserias del Proceso Penal. En cierta ocasión un colega Fiscalizador nos comentaba que ante su despacho se había presentado una señora con la finalidad de querellarse contra una vecina que supuestamente le había echado “Mal de Ojo” a una nieta suya. Oportuno es decir que la fe en este mito es la causa de que numerosas personas en el área rural lleven varios nombres, uno que figura en su Certificado de Nacimiento que redacta el Oficial del Estado Civil y otro con el que realmente se le conoce. Estos casos se dan con relativa frecuencia. La rudimentaria lógica del asunto es que al “hacerle un trabajo” a alguien el mismo no surtirá efecto puesto que se habría utilizado el nombre equivocado en el hechizo. Bien lo dijo Schopenhauer: Stultorum infinita numeraria est.

Otras supersticiones criminológicas que merecen destacarse son la del hacha ebria, también de origen alemán, aunque inexistente en nuestro país, según la cual en las naciones en que había pena de muerte el uso prolongado del hacha hacía que su estructura molecular estuviera empapada en sangre; el hacha estaba borracha, ebria del vital tejido rojo, y en cualquier momento podía volverse contra quien la usaba. Por esto era una costumbre que luego de unas cuantas ejecuciones el verdugo enterrara el hacha para protegerse de los impulsos vindicativos del fatal instrumento. De vez en cuando se descubren algunos ejemplares oxidados, mellados y deshechos como cadáveres, constituyendo objeto de lo que bien pudiera llamarse Arqueología Criminal. Los amuletos de invisibilidad y de insecuestrabilidad; la piedra Imán; la Oración del Justo Juez, muy común en el mundo penitenciario latinoamericano y que nosotros pudimos verificar personalmente al llevar a cabo requisas y registros de personas. El delincuente común acostumbra a llevarla escrita en un papelito que guarda en el interior de su billetera, aunque en los mercados populares la venden ya impresa por unos pocos pesos; ejecutar el delito de robo en estado de desnudez y cubierto de ciertas grasas o aceites, lo cual, dicen, quita a los perros el poder de ladrar y facilita el deslizamiento entre las manos aprehensoras de los organismos policiales; la Piedra del Aguila, que no es más que un mineral rico en hierro, supuestamente muy útil para descubrir a los ladrones; la moneda que “cierra los caminos” y que colocada bajo la lengua del cadáver aun tibio “cierra” toda vía de escape al matador, quien no tardará en caer en manos de la justicia. Una variante de este mito es “la caída de cara”, en que se augura éxito a la persecución del culpable si la víctima del atentado cae de cara al suelo (decúbito ventral) e impunidad total si cae de cara al cielo (decúbito dorsal). Finalmente tenemos “la instantánea del asesino” y “la cara de la víctima”, esta última muy popular en las novelas rosadas mexicanas. Según la primera, en la retina del muerto queda grabada, como una fotografía, la imagen del agresor, mientras que en la segunda el asesino ve el reflejo de la imagen de su víctima en espejos, cristales y hasta en un vaso de agua. En el lenguaje técnico de la Psicología y la Psiquiatría esto recibe el nombre de paranoia.

El camino más corto entre dos montañas es el que va de cumbre a cumbre, pero para recorrerlo hay que tener piernas largas, decía Nietzsche. La Ciencia Criminal, como ya se expresó, tiene sus inicios en la demonología y su desarrollo ha sido tortuoso. En algunas de las obras de los pioneros encontramos indicios de ello. Escipión Sighele, el aventajado discípulo de Ferri, nos habla de “íncubo” y “súcubo” para referirse a lo que actualmente conocemos como Pareja Criminal o Asociación de Malhechores, y que prevé nuestro Código Penal en sus Arts. 265 y 266.

El estilicidio de sangre ha sido desplazado por la identificación del A.D.N., especie de huella dactilar genética de cada individuo. La Sangre Acusadora sigue cumpliendo su rol, pero mediante el estudio de las manchas a la luz de las leyes de la Física; la forma, color y disposición de las mismas brindan información confiable acerca de su dirección, ángulo de caída, velocidad y procedencia, lo que permite reconstruir inductivamente el hecho, sin necesidad de recurrir a construcciones teóricas fabulosas y delirantes, con lo que nueva vez queda demostrado que no existe el misterio, sino la falta de conocimiento.

A esto cabe agregar los aportes de una moderna generación de criminalistas, encabezados por John Douglas y Robert Ressler, quienes en un período de veinticinco años entrevistaron y estudiaron centenares de criminales convictos, sujetos de la categoría de Ed Gein, Jeffrey Dahmer (El Carnicero de Milwaukee), David Berkowitz (El Hijo de Sam), Charles Manson, John Gacy, Ed Kemper y Ted Bundy. Al organizar y sintetizar sus observaciones se percataron de que algunas variables eran asombrosamente frecuentes en sujetos violentos y peligrosos y posteriormente las agruparon bajo el nombre de “la tríada homicida”, a saber: piromanía (fire starting), crueldad hacia los animales o niños pequeños y enuresis o incontinencia urinaria (bed wetting). Ressler y Douglas son los fundadores de una novedosa disciplina llamada “Perfilación Criminal” (Criminal Profiling) que ha demostrado ser una valiosa herramienta para la investigación; la misma es un mosaico constituido por elementos de otras áreas del saber, principalmente la Psicología y la Criminalística. Los aportes de estos autores están sintetizados en “Whoever Fights Monsters”, “I Have Lived in the Monster” (Ressler), “Mindhunter”, “The Anatomy of Motive”, “Journey into Darkness” (Douglas) y el reciente “Crime Classification Manual” de los mismos autores y la Psiquiatra Ann Burgess.

En épocas pasadas el hombre recurría a la magia, las ordalías, señales de Dios, etc., a fin de satisfacer su necesidad de justicia. Actualmente, imbuidos de espíritu crítico, racionalista y a la luz de los avances de la Ciencia se han estructurado sistemas que brindan mayores garantías para una buena y confiable administración de justicia. Hoy podemos decir, igual que Laplace a Napoleón en ocasión de presentarle su Mecánica Celeste, y replicarle el Emperador que en la obra se explicaba el sistema del mundo y las leyes naturales pero que no se mencionaba a Dios: Sire, je n'avais pas besoin de cette hypothèse” (Señor, yo no tengo necesidad de esa hipótesis).

martes, 2 de octubre de 2007

LA CONJURA PAZZI, UN CASO DE CRIMINALIDAD ECLESIASTICA


Por Juan Carlos Bircann



Florencia, capital de la Toscana y santuario del Renacimiento fue en un período determinado uno de los principales núcleos comerciales y financieros de Europa, lo que hace deducir su agitado ritmo de vida así como la lucha de intereses económicos, sociales y políticos. Desde Piazzale Michelangelo, próximo a la Via Belvedere, se obtiene un panorama general de la ciudad en que se destaca el Duomo o cúpula de la catedral Santa Maria del Fiore, diseñado por Brunelleschi; esta estructura se levanta a 91 metros sobre el suelo y tiene 45.5 metros de diámetro. Su interior está decorado por vistosos frescos de la autoría de Giorgio Vasari y Federico Zuccari que representan el Juicio Final. Es el símbolo de la ciudad. El resto del paisaje comprende el Campanario de Giotto, la torre del Palazzo Vecchio y Santa Maria Novella. Mirando hacia un plano más bajo hallamos el Ponte Vecchio, el más antiguo de los puentes que se levantan sobre el río Arno (1345) y el único que sobrevivió a los ataques de la Luftwaffe durante la Segunda Guerra Mundial cuando las tropas del Mariscal Kesselring se retiraban hacia el norte empujadas por el avance de los aliados, que habían desembarcado en Sicilia en julio de 1943. Actualmente alberga numerosas joyerías y algunas tiendas de regalos.

Caminando por el centro de la ciudad hay decenas de lugares y objetos de interés histórico que sería oneroso describir, entre los que cabe destacar el Baptisterio de San Juan con su cúpula octogonal de estilo bizantino, decorada con mosaicos en los que predomina el oro y que recrean escenas del Antiguo Testamento; las Puertas del Paraíso de Ghiberti; Santa Croce, donde yacen los restos de personajes como Galileo, Michelangelo, Dante, Maquiavelo y Rossini, entre otros; la Piazza della Signoria, donde fue ahorcado y quemado Fray Girolamo Savonarola (1498) y que fuera el centro político de la ciudad en el s. XIV, en la que se encuentran esculturas como el Neptuno de Ammannati, el Perseo de Cellini, el Rapto de las Sabinas, Ayax Sosteniendo el Cadáver de Patroclo, Hércules y Caco y la elegante estatua ecuestre de Cosme I, todas estas realizadas por Giambologna. En la Via della Scala # 16 hay un lugar que pasa desapercibido a la mayor parte de los turistas: la Officina Profumo Farmaceutica di Santa Maria Novella, fundada en 1612 y en la que se pueden adquirir a precios relativamente razonables, perfumes, colonias, jabones, talco y loción para el afeitado entre otros productos hechos artesanalmente y por encargo previo. Esta vieja farmacia, que tiene más de museo que de establecimiento comercial, abarrotada de vitrinas con morteros y frascos de porcelana similares a los que aún se conservan en la tradicional Farmacia Normal, de la calle del Sol, Santiago (fundada en 1857), y en un ambiente de penumbra es quizás uno de los lugares que mejor huelen en toda la Tierra. Destacadas obras de Rafael, Leonardo, Michelangelo, Perugino, Botticelli, Tiziano, Caravaggio y Tintoretto descansan en la Galleria della Academia y la Galleria degli Uffizzi. Gente de todas partes del mundo se mezclan en largas filas para ver por unos minutos El Nacimiento de Venus, Leda y el Cisne y La Primavera o para apreciar de cerca la perfección de las formas, proporciones y detalles de El David. En las calles proliferan músicos aficionados y hasta orquestas enteras que entre el ruido de los vehículos dejan escuchar sobrios fragmentos de piezas de Mozart, Schubert, Beethoven, Vivaldi y Bach que acarician los oídos de los paseantes.

Este era el escenario en el que convivieron familias rivales y muy poderosas como los Médici, Pitti, Capponi y Pazzi. Tratándose de una ciudad en la que de cada centímetro cuadrado emana arte e historia no podía faltar una de las artes más antiguas: el asesinato. Tan viejo que lo hallamos en las primeras páginas de La Biblia en la persona de Caín y que inspiró a Thomas de Quincey a escribir El Asesinato Considerado como una de las Bellas Artes.

Una de las creencias más arraigadas en el pensamiento, pero falsa, es la de que la religión hace buenos y virtuosos a los hombres y que el delincuente es un individuo de poca fe. De hecho, este viola los principios fundamentales “no matarás” y “no robarás”, lo cual vemos como una arqueología de la moderna división de los delitos aceptada en casi todos los códigos penales: delitos contra las personas y delitos contra los bienes patrimoniales o cosas.

El padre de la Criminología, Cesare Lombroso, en el volumen I de su Medicina Legal, que viene a ser una especie de compendio de L’Uomo Delinquente (1876), basándose en su vasta experiencia de trabajo en las cárceles y manicomios, en contacto permanente con locos y criminales, echó por tierra estos mitos, enfatizando que más bien se verifica todo lo contrario: el hombre delincuente es profundamente religioso y supersticioso. Enrico Ferri, padre de la Sociología Criminal, no encontró sino un ateo entre 700 asesinos. Havelock Ellis dijo que en las prisiones era raro hallar librepensadores y entre los ejecutados en París en el curso de 20 años Joli dice que sólo uno rechazó los últimos sacramentos. En el plano de la Psicología Freud clasificó la religión como una de las neurosis (El Porvenir de una Ilusión ).

Personalmente hemos visto la asombrosa cantidad de tatuajes de significación religiosa que hay entre los reclusos de algunas cárceles del Cibao. El tatuaje es uno de los estigmas criminales clásicos junto al uso de sobrenombres (apodos) y el lenguaje especial o jerga. También cabe destacar la masiva audiencia carcelaria que se conforma cuando allí asisten grupos de predicadores o clérigos. Los muros interiores de la Cárcel de Rafey (Santiago), previo a su remodelación y reestructuración, estaban abigarrados de grafitos con frases bíblicas, siempre alusivas al delito. Igual ocurre con la preventiva que hay en el sótano del Palacio de Justicia. Para el visitante ordinario esto carece de significado, pero para el criminalista no, pues es una de las manifestaciones de la conducta antisocial, aunque muchos lo ignoran.

A nuestro modo de ver, más allá de inquisidores medievales, terroristas islámicos, los recientes escándalos de pederastia a nivel mundial, y dejando aparte el dato que proporciona el historiador Karlheinz Deschner en el volumen I de su Historia Criminal del Cristianismo , en el sentido de que hasta bien entrada la Edad Media los falsificadores fueron casi siempre los religiosos, el episodio que mejor representa la relación entre religión y delito, criminalidad y fe, es la Conjura de los Pazzi efectuada en Florencia el 26 de abril de 1478 y que fue recreada parcialmente en el filme basado en la cuarta obra de Thomas Harris, Hannibal. A grandes rasgos esto fue lo que sucedió: Los Médici se habían convertido en un obstáculo a los planes expansionistas del Papa Sixto IV, quien hizo Cardenales a siete de sus sobrinos. Aparte de objetar el nombramiento de Jacopo Salviati como Arzobispo de Pisa los Médici le negaron un préstamo al Sumo Pontífice. Este reaccionó retirando todos sus activos de los bancos de esta familia y los colocó en los pertenecientes a la familia Pazzi, rival de los Médici, con fines de provocar la quiebra de los primeros, pero esto no fue suficiente para hacerlos caer. Fue entonces cuando por iniciativa de Francesco Pazzi, el nuevo banquero del Papa, y con el consentimiento de éste, se organizó el atentado en que serían asesinados Giuliano de Médici y su hermano Lorenzo El Magnífico. Al principio se trató de atraer a Roma a ambos hermanos pero estos eran demasiado prudentes para abandonar Florencia. En vista de ello Pazzi y el Arzobispo Salviati se trasladaron a la Toscana confiando en que allí se les ofrecería la ocasión de asesinar a sus dos enemigos juntos, ya fuese en un banquete… o en la iglesia.

Finalmente se acordó que el plan se ejecutaría en el Duomo, al momento de la elevación de la Hostia, cuando los fieles bajaran la cabeza en señal de respeto. En la conjura participaron Francesco Pazzi, el Cardenal Girolamo Riario (posiblemente hijo de Sixto IV), el Arzobispo Salviati y un asesino a sueldo llamado Giambattista Montesecco. Pero surgió un inconveniente, y este es el punto nodal de la historia: Montesecco, a pesar de ser un sicario, matón, mercenario, asesino asalariado, “martello” o como quiera llamársele, se negó a llevar a cabo la acción delante del Altar Mayor. Aparecieron entonces dos sacerdotes (Maffei y Bagnone) curados de aquellos necios escrúpulos. Una vieja crónica lo relata así: “Se encontró otro hombre que, por ser un sacerdote, estaba más acostumbrado al lugar y no sentía por tanto, la superstición que la santidad del templo inspiraba”. Pero esto lo echó a perder todo. Los sacerdotes, aunque más sacrílegos que los bravos, eran menos diestros en las artes del asesinato. No acertaron a descargar sus estiletes. Giuliano fue mortalmente herido mientras recibía la comunión, pero Lorenzo logró escapar y se acuarteló en la Sacristía. La conspiración se vino a tierra y la vendetta de los Médici fue brutal. Ambos sacerdotes fueron castrados y posteriormente degollados. Montesecco corrió igual suerte luego de ser torturado en tanto que al banquero Pazzi y al Arzobispo les abrieron el vientre y los colgaron de una de las ventanas del Palazzo Vecchio, En la Piazza della Signoria.

Los guías turísticos no especifican de cuál de las ventanas fueron lanzados, tampoco hemos hallado algún texto que lo reseñe, pero analizando el lugar se nos antoja pensar que fue por la parte del edificio que da al Pórtico de los Lansquenetes (Logia dei Lanzi) donde se halla emplazado el Perseo de Cellini sosteniendo la cabeza sangrante de Medusa, colocado precisamente allí, frente al Palacio, como una advertencia a los que pretendieren poner en entredicho el poder de los Médicis. Desde ese punto se divisa toda la Piazza della Signoria y los Uffizzi. La imagen del obispo y el banquero con las vísceras al aire y balanceándose frente a la pared de piedra serviría de escarmiento general. Si lo que se buscaba era intimidar, esta sería la ubicación idónea. Actualmente los restos de Pazzi descansan en Santa Croce, la Basílica en la que se encuentra la Capilla que lleva el nombre de la familia y donde se rodó parte de Hannibal (la escena de la opera al aire libre).

Es probable que Lombroso, como hombre erudito, conociera este episodio histórico, pero su carácter práctico y objetivo lo llevó a referirse únicamente a aquellos casos en los que trabajó de manera directa. En su Medicina Legal analiza el profundo sentimiento religioso del célebre estrangulador Verzeni, la devoción de Tortora y la proliferación de estampitas con imágenes de la Madonna o Virgen en los lupanares de Nápoles. No obstante, para nosotros la Conspiración Pazzi, dado el acentuado y radical contraste de los participantes, es el paradigma de la relación que hay entre la religión y el crimen; entre la piedad del asesino y la criminalidad reprimida del hombre de fe.