domingo, 7 de octubre de 2007

LA SANGRE ACUSADORA Y OTROS MITOS CRIMINOLOGICOS


Por Juan Carlos Bircann



If you want to understand the criminal personality you have to study his crime

(John Douglas, Mindhunter).




Como disciplina la Criminalística nace en el año 1892 a raíz de los trabajos de Hans Gross y su Manual del Juez en la ciudad de Graz, Austria. Por otro lado, la Criminología, que no debe confundirse con la primera, surge específicamente el 15 de abril de 1876, fecha en que el editor Hoepli, de Milán, Italia, saca al mercado los primeros ejemplares de L’Uomo Delincuente, voluminosa obra escrita por el Dr. Cesare Lombroso, Director del Manicomio de Pesaro, Médico de prisiones y el Ejército. Conjuntamente con Enrico Ferri y Rafaelle Garofalo se le reconoce como el fundador de la Escuela Positiva del Derecho Penal y, con justicia, como el padre de la Criminología. De manera formal ambas disciplinas nacen en el S. XIX, durante la llamada “Era de la Ciencia”, marcada por la Revolución Industrial, el maquinismo y novedosos inventos; también fue el período en que azotaba en Whitechapel, en el East End londinense, el asesino serial más famoso de la historia: Jack El Destripador. No obstante, muchos siglos antes de Vucetich, Bertillon, Pare, Lacassagne, Orfila y otros destacados nombres de la Ciencia Criminal en China era costumbre estampar en los contratos las huellas dactilares a modo de firma y existía un sistema de identificación y diferenciación de las mismas. En Europa la Demonología o “ciencia” de la posesión diabólica se había convertido en Psiquiatría desde Pinel. Antes del triunfo del conocimiento sobre la ignorancia y la Razón sobre la Fe el epiléptico, el esquizofrénico, el neurótico, el psicópata, etc., eran considerados poseídos por el Diablo. Cualquier infeliz histérica era acusada de brujería, juzgada por los tribunales inquisitoriales, condenada, entregada a las autoridades seculares y llevada a la hoguera. Sin embargo, para las necesidades sociales de la época estas prácticas (ordalías, quema de brujas, autos de fe, torturas para obtener la confesión) llenaban su cometido. No nos equivocamos al afirmar que “criminología” ha habido siempre, desde que ha habido crímenes, aunque se tratase de una criminología rudimentaria, tosca y elemental. No es preciso insistir en la antigüedad y universalidad del delito, inseparable de la especie humana. Homo homini lupus.

De igual manera que el ser humano presenta en la región lumbar algunas pequeñas vértebras denominadas “flotantes” y que Darwin reconoció como un rudimento o vestigio de lo que alguna vez fuera la cola de nuestros antepasados homínidos, en el ámbito del pensamiento aún quedan algunos atavismos de tipo intelectual. Tal es el caso de la Sangre Acusadora o estilicidio de sangre, como le llamaban los antiguos prácticos criminalistas a la creencia en que las heridas del muerto sangraban en presencia del asesino. Dicha idea parece ser de origen germano, pues el texto más antiguo en que figura es el Cantar de Los Nibelungos, cuando Krimilda hace desfilar ante el cadáver de Sigfrido a sus compañeros de armas; al acercarse el traidor Hagen las heridas comenzaron a sangrar. “Ellos mantuvieron su mentira: Que el que sea inocente lo manifieste con claridad; que se acerque al ataúd y de este modo se conocerá bien pronto la verdad”; “Fue un gran milagro el que ocurrió entonces, porque cuando el asesino se acercó al muerto, la sangre brotó de las heridas. Así sucedió y quedó reconocido que Hagen lo había hecho.”

Consta en registros judiciales que el día 20 de junio de 1669 un Tribunal de Pomerania requirió a la facultad de Francfort un dictamen respecto a un delito de infanticidio a fin de determinar si el crimen había sido cometido por la madre o por la abuela. La facultad ordenó que una tras otra se acercaran a la criatura y que al tocarla pronunciasen la siguiente fórmula: “Si fuera yo culpable de tu muerte, que Dios lo diga mediante una señal de tu cuerpo”. Primero lo hizo la madre, y la señal no se produjo, pero cuando le tocó el turno a la abuela “la cara del niño se cubrió de rubor y de sus ojos brotaron lágrimas de sangre.”

En el capítulo XIV de la Primera Parte de El Quijote se describe una situación similar en el diálogo entre Ambrosio y Marcela; pero donde mejor se ilustra en el ámbito de la literatura lo relacionado a la Sangre Acusadora es en unos versos de Gutierre (se escribe sin z) de Cetina que dicen así:

Cosa es cierta Señor, y muy sabida
Aunque el secreto della esté encubierto,
Que lanza de sí sangre un cuerpo muerto
Si se pone a mirarlo el homicida.

Don Constancio Bernaldo de Quirós, precursor de la Criminología en la República Dominicana, quien llegó a nuestro país como exiliado a raíz de la Guerra Civil Española (1936-1939) “sin un solo libro o documento y tan pobre, que al entrar en Francia fue internado en un asilo de locos” nos dice en su obra Criminología (1948): “La prueba del estilicidio de sangre se conserva aún viva en lugares apartados y entre personas incultas, como yo mismo he podido comprobar últimamente en la República Dominicana, registrando estas líneas del libro Al Amor del Bohío, especie de resumen folklórico de la isla, de Ramón Emilio Jiménez, describiendo el cuadro de costumbres de la conducción de enfermos y de heridos en literas, por los caminos primitivos de las regiones olvidadas: “si la herida seguía hemorrágica durante la jornada, había sospechas de que el heridor estaba entre los cargadores de la litera” (Op. cit. P.307).

Cuando la Magistratura no estaba en manos de profesionales del Derecho se presentó el caso de un representante del Ministerio Público que acusaba a un individuo porque el cadáver había botado sangre de las heridas cuando lo hizo saltar por encima. M.R. Cruz Díaz, quien fue Juez de Instrucción en los Distritos Judiciales de Santiago y Duarte, en su ilustrativa obra Supersticiones Criminológicas y Médicas (1964) nos refiere que un día del mes de mayo de 1938 fue hallado muerto en la Sección La Bomba de Cenoví, San Francisco de Macorís, Provincia Duarte, el nombrado M.S.D., presentando múltiples heridas, una de las cuales casi separó la cabeza del cuerpo y que tras reunir a los principales sospechosos el Fiscal, creyendo que las heridas manaban sangre en presencia del asesino, hizo pasar a todos los detenidos por encima del cadáver, pero al no ocurrir nada le preguntó al Alcalde Pedáneo si había alguna persona del lugar que no estuviera presente. Este le dijo que había un tal M.V.F. que se había marchado del pueblo luego de la tragedia; el Fiscal ordenó su arresto, lo interrogó y lo hizo pasar sobre el cadáver y en esta ocasión sí botó sangre, bastando esta circunstancia para hacer el sometimiento. El acusado fue descargado en Primera Instancia pero posteriormente condenado en la Corte de Apelación. No disponemos de información sobre un eventual recurso de casación con relación a este caso.

En la edición de EL CARIBE correspondiente al 20 de junio de 1950 aparece un breve reportaje sobre una muerte acaecida en San Pedro de Macorís y en el cual se dice “cuando se disponían a trasladar el cuerpo, Pascual Zapata, alias Colorado, quien había ayudado a buscar a Lolo, le puso la mano al cadáver, e inmediatamente la sangre comenzó a brotar con violencia”. Se refiere que entre los presentes surgieron comentarios que confirmaban la vieja creencia en la Sangre Acusadora.

Al parecer, el mito del estilicidio de sangre se ha extinguido en nuestro medio; pervive aún como un rasgo folklórico y quizás muy esporádicamente resurge como un elemento atávico, pues en nuestra experiencia como Ministerio Público adscrito al Departamento de Homicidios de la P.N. en Santiago durante el período 1996-2000 en el que participamos en docenas de levantamientos de cadáveres, dirigimos interrogatorios y entrevistas a reales y presuntos homicidas, testigos, informantes y familiares de las víctimas y analizamos cientos de informes de autopsia, nunca se nos presentó el caso de que alguien hiciera referencia a este mito. Sin embargo, en ocasión de asumir la defensa del nombrado A.C. en diciembre del 2001, a quien se acusaba conjuntamente con los nombrados J.E. y J.A.T. de haber dado muerte a L.E.E. mientras este se desplazaba en su motocicleta por uno de los caminos de la Sección Inoa, San José de Las Matas, en fecha 26-9-2001, tuvimos la oportunidad de estar cara a cara frente a dicha superstición. En el caso de marras no había testigos presenciales, la evidencia física era escasa y circunstancial, a la víctima no se le conocían enemigos, muy por el contrario, gozaba del aprecio de todos los que le trataban. No obstante, existía la certeza de que le habían partido el cráneo con un palo que fue hallado en el lugar, roto y manchado de sangre. Como era costumbre (eran los días del Código de Procedimiento Criminal de 1884) la Policía procedió a detener a muchas personas residentes en el lugar a quienes traían en masa a bordo de vehículos de carga, como si de ganado se tratase. Durante el conocimiento del recurso de Habeas Corpus, que era un juicio de indicios de acuerdo a la normativa vigente, y cuyo objeto es salvaguardar la libertad individual, un testigo, P.E. dejó caer como una bomba la afirmación de que el autor del hecho debía ser el nombrado J.E. porque cuando éste hizo acto de presencia en el velorio el cuerpo de L.E.E. empezó a sangrar por la nariz; además, no había asistido a la vela del occiso.

Extrañamente el testigo se identificó ante el plenario como Presidente de Asamblea; le informamos que la Sangre Acusadora era una superstición alemana, el mismo país donde había nacido el hereje Martín Lutero.

Hicimos hincapié en la ambigüedad moral del testigo y su pensamiento “mágico” para echar por tierra esas declaraciones “interesadas y tendenciosas”, refiriendo someramente que lo del sangrado nasal era algo lógico habida cuenta que según la experticia medicolegal la causa de la muerte había sido “trauma cráneo-encefálico severo”.

Aunque parezca increíble, estos atavismos intelectuales de vez en cuando salen a la luz en los procesos, principalmente en el juicio criminal, en que el elemento humano alcanza la categoría de tragedia como bien precisa Carnelutti en Las Miserias del Proceso Penal. En cierta ocasión un colega Fiscalizador nos comentaba que ante su despacho se había presentado una señora con la finalidad de querellarse contra una vecina que supuestamente le había echado “Mal de Ojo” a una nieta suya. Oportuno es decir que la fe en este mito es la causa de que numerosas personas en el área rural lleven varios nombres, uno que figura en su Certificado de Nacimiento que redacta el Oficial del Estado Civil y otro con el que realmente se le conoce. Estos casos se dan con relativa frecuencia. La rudimentaria lógica del asunto es que al “hacerle un trabajo” a alguien el mismo no surtirá efecto puesto que se habría utilizado el nombre equivocado en el hechizo. Bien lo dijo Schopenhauer: Stultorum infinita numeraria est.

Otras supersticiones criminológicas que merecen destacarse son la del hacha ebria, también de origen alemán, aunque inexistente en nuestro país, según la cual en las naciones en que había pena de muerte el uso prolongado del hacha hacía que su estructura molecular estuviera empapada en sangre; el hacha estaba borracha, ebria del vital tejido rojo, y en cualquier momento podía volverse contra quien la usaba. Por esto era una costumbre que luego de unas cuantas ejecuciones el verdugo enterrara el hacha para protegerse de los impulsos vindicativos del fatal instrumento. De vez en cuando se descubren algunos ejemplares oxidados, mellados y deshechos como cadáveres, constituyendo objeto de lo que bien pudiera llamarse Arqueología Criminal. Los amuletos de invisibilidad y de insecuestrabilidad; la piedra Imán; la Oración del Justo Juez, muy común en el mundo penitenciario latinoamericano y que nosotros pudimos verificar personalmente al llevar a cabo requisas y registros de personas. El delincuente común acostumbra a llevarla escrita en un papelito que guarda en el interior de su billetera, aunque en los mercados populares la venden ya impresa por unos pocos pesos; ejecutar el delito de robo en estado de desnudez y cubierto de ciertas grasas o aceites, lo cual, dicen, quita a los perros el poder de ladrar y facilita el deslizamiento entre las manos aprehensoras de los organismos policiales; la Piedra del Aguila, que no es más que un mineral rico en hierro, supuestamente muy útil para descubrir a los ladrones; la moneda que “cierra los caminos” y que colocada bajo la lengua del cadáver aun tibio “cierra” toda vía de escape al matador, quien no tardará en caer en manos de la justicia. Una variante de este mito es “la caída de cara”, en que se augura éxito a la persecución del culpable si la víctima del atentado cae de cara al suelo (decúbito ventral) e impunidad total si cae de cara al cielo (decúbito dorsal). Finalmente tenemos “la instantánea del asesino” y “la cara de la víctima”, esta última muy popular en las novelas rosadas mexicanas. Según la primera, en la retina del muerto queda grabada, como una fotografía, la imagen del agresor, mientras que en la segunda el asesino ve el reflejo de la imagen de su víctima en espejos, cristales y hasta en un vaso de agua. En el lenguaje técnico de la Psicología y la Psiquiatría esto recibe el nombre de paranoia.

El camino más corto entre dos montañas es el que va de cumbre a cumbre, pero para recorrerlo hay que tener piernas largas, decía Nietzsche. La Ciencia Criminal, como ya se expresó, tiene sus inicios en la demonología y su desarrollo ha sido tortuoso. En algunas de las obras de los pioneros encontramos indicios de ello. Escipión Sighele, el aventajado discípulo de Ferri, nos habla de “íncubo” y “súcubo” para referirse a lo que actualmente conocemos como Pareja Criminal o Asociación de Malhechores, y que prevé nuestro Código Penal en sus Arts. 265 y 266.

El estilicidio de sangre ha sido desplazado por la identificación del A.D.N., especie de huella dactilar genética de cada individuo. La Sangre Acusadora sigue cumpliendo su rol, pero mediante el estudio de las manchas a la luz de las leyes de la Física; la forma, color y disposición de las mismas brindan información confiable acerca de su dirección, ángulo de caída, velocidad y procedencia, lo que permite reconstruir inductivamente el hecho, sin necesidad de recurrir a construcciones teóricas fabulosas y delirantes, con lo que nueva vez queda demostrado que no existe el misterio, sino la falta de conocimiento.

A esto cabe agregar los aportes de una moderna generación de criminalistas, encabezados por John Douglas y Robert Ressler, quienes en un período de veinticinco años entrevistaron y estudiaron centenares de criminales convictos, sujetos de la categoría de Ed Gein, Jeffrey Dahmer (El Carnicero de Milwaukee), David Berkowitz (El Hijo de Sam), Charles Manson, John Gacy, Ed Kemper y Ted Bundy. Al organizar y sintetizar sus observaciones se percataron de que algunas variables eran asombrosamente frecuentes en sujetos violentos y peligrosos y posteriormente las agruparon bajo el nombre de “la tríada homicida”, a saber: piromanía (fire starting), crueldad hacia los animales o niños pequeños y enuresis o incontinencia urinaria (bed wetting). Ressler y Douglas son los fundadores de una novedosa disciplina llamada “Perfilación Criminal” (Criminal Profiling) que ha demostrado ser una valiosa herramienta para la investigación; la misma es un mosaico constituido por elementos de otras áreas del saber, principalmente la Psicología y la Criminalística. Los aportes de estos autores están sintetizados en “Whoever Fights Monsters”, “I Have Lived in the Monster” (Ressler), “Mindhunter”, “The Anatomy of Motive”, “Journey into Darkness” (Douglas) y el reciente “Crime Classification Manual” de los mismos autores y la Psiquiatra Ann Burgess.

En épocas pasadas el hombre recurría a la magia, las ordalías, señales de Dios, etc., a fin de satisfacer su necesidad de justicia. Actualmente, imbuidos de espíritu crítico, racionalista y a la luz de los avances de la Ciencia se han estructurado sistemas que brindan mayores garantías para una buena y confiable administración de justicia. Hoy podemos decir, igual que Laplace a Napoleón en ocasión de presentarle su Mecánica Celeste, y replicarle el Emperador que en la obra se explicaba el sistema del mundo y las leyes naturales pero que no se mencionaba a Dios: Sire, je n'avais pas besoin de cette hypothèse” (Señor, yo no tengo necesidad de esa hipótesis).

martes, 2 de octubre de 2007

LA CONJURA PAZZI, UN CASO DE CRIMINALIDAD ECLESIASTICA


Por Juan Carlos Bircann



Florencia, capital de la Toscana y santuario del Renacimiento fue en un período determinado uno de los principales núcleos comerciales y financieros de Europa, lo que hace deducir su agitado ritmo de vida así como la lucha de intereses económicos, sociales y políticos. Desde Piazzale Michelangelo, próximo a la Via Belvedere, se obtiene un panorama general de la ciudad en que se destaca el Duomo o cúpula de la catedral Santa Maria del Fiore, diseñado por Brunelleschi; esta estructura se levanta a 91 metros sobre el suelo y tiene 45.5 metros de diámetro. Su interior está decorado por vistosos frescos de la autoría de Giorgio Vasari y Federico Zuccari que representan el Juicio Final. Es el símbolo de la ciudad. El resto del paisaje comprende el Campanario de Giotto, la torre del Palazzo Vecchio y Santa Maria Novella. Mirando hacia un plano más bajo hallamos el Ponte Vecchio, el más antiguo de los puentes que se levantan sobre el río Arno (1345) y el único que sobrevivió a los ataques de la Luftwaffe durante la Segunda Guerra Mundial cuando las tropas del Mariscal Kesselring se retiraban hacia el norte empujadas por el avance de los aliados, que habían desembarcado en Sicilia en julio de 1943. Actualmente alberga numerosas joyerías y algunas tiendas de regalos.

Caminando por el centro de la ciudad hay decenas de lugares y objetos de interés histórico que sería oneroso describir, entre los que cabe destacar el Baptisterio de San Juan con su cúpula octogonal de estilo bizantino, decorada con mosaicos en los que predomina el oro y que recrean escenas del Antiguo Testamento; las Puertas del Paraíso de Ghiberti; Santa Croce, donde yacen los restos de personajes como Galileo, Michelangelo, Dante, Maquiavelo y Rossini, entre otros; la Piazza della Signoria, donde fue ahorcado y quemado Fray Girolamo Savonarola (1498) y que fuera el centro político de la ciudad en el s. XIV, en la que se encuentran esculturas como el Neptuno de Ammannati, el Perseo de Cellini, el Rapto de las Sabinas, Ayax Sosteniendo el Cadáver de Patroclo, Hércules y Caco y la elegante estatua ecuestre de Cosme I, todas estas realizadas por Giambologna. En la Via della Scala # 16 hay un lugar que pasa desapercibido a la mayor parte de los turistas: la Officina Profumo Farmaceutica di Santa Maria Novella, fundada en 1612 y en la que se pueden adquirir a precios relativamente razonables, perfumes, colonias, jabones, talco y loción para el afeitado entre otros productos hechos artesanalmente y por encargo previo. Esta vieja farmacia, que tiene más de museo que de establecimiento comercial, abarrotada de vitrinas con morteros y frascos de porcelana similares a los que aún se conservan en la tradicional Farmacia Normal, de la calle del Sol, Santiago (fundada en 1857), y en un ambiente de penumbra es quizás uno de los lugares que mejor huelen en toda la Tierra. Destacadas obras de Rafael, Leonardo, Michelangelo, Perugino, Botticelli, Tiziano, Caravaggio y Tintoretto descansan en la Galleria della Academia y la Galleria degli Uffizzi. Gente de todas partes del mundo se mezclan en largas filas para ver por unos minutos El Nacimiento de Venus, Leda y el Cisne y La Primavera o para apreciar de cerca la perfección de las formas, proporciones y detalles de El David. En las calles proliferan músicos aficionados y hasta orquestas enteras que entre el ruido de los vehículos dejan escuchar sobrios fragmentos de piezas de Mozart, Schubert, Beethoven, Vivaldi y Bach que acarician los oídos de los paseantes.

Este era el escenario en el que convivieron familias rivales y muy poderosas como los Médici, Pitti, Capponi y Pazzi. Tratándose de una ciudad en la que de cada centímetro cuadrado emana arte e historia no podía faltar una de las artes más antiguas: el asesinato. Tan viejo que lo hallamos en las primeras páginas de La Biblia en la persona de Caín y que inspiró a Thomas de Quincey a escribir El Asesinato Considerado como una de las Bellas Artes.

Una de las creencias más arraigadas en el pensamiento, pero falsa, es la de que la religión hace buenos y virtuosos a los hombres y que el delincuente es un individuo de poca fe. De hecho, este viola los principios fundamentales “no matarás” y “no robarás”, lo cual vemos como una arqueología de la moderna división de los delitos aceptada en casi todos los códigos penales: delitos contra las personas y delitos contra los bienes patrimoniales o cosas.

El padre de la Criminología, Cesare Lombroso, en el volumen I de su Medicina Legal, que viene a ser una especie de compendio de L’Uomo Delinquente (1876), basándose en su vasta experiencia de trabajo en las cárceles y manicomios, en contacto permanente con locos y criminales, echó por tierra estos mitos, enfatizando que más bien se verifica todo lo contrario: el hombre delincuente es profundamente religioso y supersticioso. Enrico Ferri, padre de la Sociología Criminal, no encontró sino un ateo entre 700 asesinos. Havelock Ellis dijo que en las prisiones era raro hallar librepensadores y entre los ejecutados en París en el curso de 20 años Joli dice que sólo uno rechazó los últimos sacramentos. En el plano de la Psicología Freud clasificó la religión como una de las neurosis (El Porvenir de una Ilusión ).

Personalmente hemos visto la asombrosa cantidad de tatuajes de significación religiosa que hay entre los reclusos de algunas cárceles del Cibao. El tatuaje es uno de los estigmas criminales clásicos junto al uso de sobrenombres (apodos) y el lenguaje especial o jerga. También cabe destacar la masiva audiencia carcelaria que se conforma cuando allí asisten grupos de predicadores o clérigos. Los muros interiores de la Cárcel de Rafey (Santiago), previo a su remodelación y reestructuración, estaban abigarrados de grafitos con frases bíblicas, siempre alusivas al delito. Igual ocurre con la preventiva que hay en el sótano del Palacio de Justicia. Para el visitante ordinario esto carece de significado, pero para el criminalista no, pues es una de las manifestaciones de la conducta antisocial, aunque muchos lo ignoran.

A nuestro modo de ver, más allá de inquisidores medievales, terroristas islámicos, los recientes escándalos de pederastia a nivel mundial, y dejando aparte el dato que proporciona el historiador Karlheinz Deschner en el volumen I de su Historia Criminal del Cristianismo , en el sentido de que hasta bien entrada la Edad Media los falsificadores fueron casi siempre los religiosos, el episodio que mejor representa la relación entre religión y delito, criminalidad y fe, es la Conjura de los Pazzi efectuada en Florencia el 26 de abril de 1478 y que fue recreada parcialmente en el filme basado en la cuarta obra de Thomas Harris, Hannibal. A grandes rasgos esto fue lo que sucedió: Los Médici se habían convertido en un obstáculo a los planes expansionistas del Papa Sixto IV, quien hizo Cardenales a siete de sus sobrinos. Aparte de objetar el nombramiento de Jacopo Salviati como Arzobispo de Pisa los Médici le negaron un préstamo al Sumo Pontífice. Este reaccionó retirando todos sus activos de los bancos de esta familia y los colocó en los pertenecientes a la familia Pazzi, rival de los Médici, con fines de provocar la quiebra de los primeros, pero esto no fue suficiente para hacerlos caer. Fue entonces cuando por iniciativa de Francesco Pazzi, el nuevo banquero del Papa, y con el consentimiento de éste, se organizó el atentado en que serían asesinados Giuliano de Médici y su hermano Lorenzo El Magnífico. Al principio se trató de atraer a Roma a ambos hermanos pero estos eran demasiado prudentes para abandonar Florencia. En vista de ello Pazzi y el Arzobispo Salviati se trasladaron a la Toscana confiando en que allí se les ofrecería la ocasión de asesinar a sus dos enemigos juntos, ya fuese en un banquete… o en la iglesia.

Finalmente se acordó que el plan se ejecutaría en el Duomo, al momento de la elevación de la Hostia, cuando los fieles bajaran la cabeza en señal de respeto. En la conjura participaron Francesco Pazzi, el Cardenal Girolamo Riario (posiblemente hijo de Sixto IV), el Arzobispo Salviati y un asesino a sueldo llamado Giambattista Montesecco. Pero surgió un inconveniente, y este es el punto nodal de la historia: Montesecco, a pesar de ser un sicario, matón, mercenario, asesino asalariado, “martello” o como quiera llamársele, se negó a llevar a cabo la acción delante del Altar Mayor. Aparecieron entonces dos sacerdotes (Maffei y Bagnone) curados de aquellos necios escrúpulos. Una vieja crónica lo relata así: “Se encontró otro hombre que, por ser un sacerdote, estaba más acostumbrado al lugar y no sentía por tanto, la superstición que la santidad del templo inspiraba”. Pero esto lo echó a perder todo. Los sacerdotes, aunque más sacrílegos que los bravos, eran menos diestros en las artes del asesinato. No acertaron a descargar sus estiletes. Giuliano fue mortalmente herido mientras recibía la comunión, pero Lorenzo logró escapar y se acuarteló en la Sacristía. La conspiración se vino a tierra y la vendetta de los Médici fue brutal. Ambos sacerdotes fueron castrados y posteriormente degollados. Montesecco corrió igual suerte luego de ser torturado en tanto que al banquero Pazzi y al Arzobispo les abrieron el vientre y los colgaron de una de las ventanas del Palazzo Vecchio, En la Piazza della Signoria.

Los guías turísticos no especifican de cuál de las ventanas fueron lanzados, tampoco hemos hallado algún texto que lo reseñe, pero analizando el lugar se nos antoja pensar que fue por la parte del edificio que da al Pórtico de los Lansquenetes (Logia dei Lanzi) donde se halla emplazado el Perseo de Cellini sosteniendo la cabeza sangrante de Medusa, colocado precisamente allí, frente al Palacio, como una advertencia a los que pretendieren poner en entredicho el poder de los Médicis. Desde ese punto se divisa toda la Piazza della Signoria y los Uffizzi. La imagen del obispo y el banquero con las vísceras al aire y balanceándose frente a la pared de piedra serviría de escarmiento general. Si lo que se buscaba era intimidar, esta sería la ubicación idónea. Actualmente los restos de Pazzi descansan en Santa Croce, la Basílica en la que se encuentra la Capilla que lleva el nombre de la familia y donde se rodó parte de Hannibal (la escena de la opera al aire libre).

Es probable que Lombroso, como hombre erudito, conociera este episodio histórico, pero su carácter práctico y objetivo lo llevó a referirse únicamente a aquellos casos en los que trabajó de manera directa. En su Medicina Legal analiza el profundo sentimiento religioso del célebre estrangulador Verzeni, la devoción de Tortora y la proliferación de estampitas con imágenes de la Madonna o Virgen en los lupanares de Nápoles. No obstante, para nosotros la Conspiración Pazzi, dado el acentuado y radical contraste de los participantes, es el paradigma de la relación que hay entre la religión y el crimen; entre la piedad del asesino y la criminalidad reprimida del hombre de fe.

domingo, 30 de septiembre de 2007

LA EXPERIENCIA RELIGIOSA EN EL HOMBRE DELINCUENTE




Por Juan Carlos Bircann


Es una idea de aceptación general que la religión hace buenos y virtuosos a los hombres. Nadie se atrevería, excepto Bertrand Russell, a contradecir esta afirmación, que, escuchada cientos de veces desde la temprana infancia, ha calado en lo más profundo de nuestra conciencia. Goebbels, el célebre Ministro de Propaganda del Tercer Reich que se encargó de presentar una imagen positiva del régimen nazi a los alemanes, decía que una mentira repetida incansablemente terminaba imponiéndose como una verdad. Es el famoso Principio de Orquestación según la cual la propaganda debe limitarse a un número pequeño de ideas y repetirlas de forma permanente, presentándolas una y otra vez desde diferentes perspectivas, pero siempre convergiendo sobre el mismo concepto. Sin fisuras ni dudas.

La experiencia es una fuente de conocimiento de primer orden. Por ella tratamos las cosas de manera directa y por tanto nos movemos en el terreno de la realidad. Dejando a un lado la diferencia que hizo Platón entre doxa u opinión y conocimiento verdadero, la praxis ha sido la principal fuente de conocimiento humano. La Ciencia, que surgió como saber sistemático en las comunidades de marinos mercantes de la antigua Grecia, en el día a día, sobre hechos tan simples como pesar, medir y contar; observar los astros y las mareas, es una actividad de carácter práctico. Observación y experimentación son sus pilares fundamentales. En nuestra experiencia como Ministerio Público, desde la Fiscalía hasta la Procuraduría General de la Corte de Apelación, verdaderos laboratorios criminológicos por el que desfilan cientos de ejemplares correspondientes a las diversas categorías de delincuentes, species generis humanis, hemos podido comprobar, tanto en el despacho como en la sala de audiencias, la relación existente entre delincuencia y religiosidad.

Una de las cosas que ha despertado nuestra curiosidad, elemento indispensable del pensamiento científico, es el “perfil religioso” de los imputados que tiende a salir a flote en el curso de los procesos, sea en la fase preparatoria, preliminar, de juicio o de recursos. Durante las audiencias es común escuchar una que otra cita bíblica sobre el homicidio o el robo A veces se utiliza la religión como medio de defensa. El justiciable alega que no es capaz de cometer tal delito porque es un hombre de fe o “de la “iglesia”; en ocasiones se avalan estas afirmaciones con una cartita de la iglesia o parroquia de la comunidad en que sucintamente se señala que el imputado asiste a los oficios religiosos. Esta práctica es usual en ocasión de las vistas ante el Juez de la Instrucción con fines de determinar la procedencia y eventual imposición de medidas de coerción (Arts. 226 a 228 del C.P.P.) o de revisar las mismas (Art. 238 C.P.P.). La documentación de referencia, junto a otros elementos, como cartas de una Junta de Vecinos, de un club social, certificación de trabajo, matrícula de vehículo, títulos de propiedad, cuentas de banco y hasta recibos de suscripción de servicios básicos, tiene como finalidad disipar la presunción razonable de fuga del imputado (Art. 229 C.P.P.), probando que el mismo tiene arraigo social, familiar o laboral suficiente y que por tanto no existe riesgo de que se sustraiga a la persecución penal.
Situación similar se verifica ante el Juez de la ejecución de la Pena, especialmente en ocasión del conocimiento de una solicitud de Libertad Condicional (Arts. 444 y 445 C. P.P. y Ley No. 164 de 1980). El análisis de la documentación en que se sustenta la petición arroja que la inmensa mayoría de penados practica de manera militante algún credo. No sólo aparece la x en la casilla correspondiente a la práctica religiosa en la Certificación de Conducta que emite la Dirección general de Prisiones, sino que la misma viene robustecida por una carta de la Pastoral Penitenciaria.

La observación de los imputados en la sala de audiencia arroja como resultado la común práctica de ostentar de manera visible rosarios, pulseras otros accesorios de significación religiosa.

La experiencia religiosa en el delincuente es muy rica y variada. En los registros de morada (allanamiento) verificamos que en las puertas de las casas es frecuente hallar litografías de santos, algunas veces acompañadas de una penca de sábila o un trozo de pan. El uso de medallas con la efigie de San Lázaro es una constante. Dentro de las billeteras ocasionalmente se encuentran oraciones y postalitas, así como resguardos. A propósito del escándalo desatado hace tiempo en Santo Domingo tras la puesta en libertad de la denominada Reina del Extasis, la misma, tras ser entrevistada en E.E.U.U. atribuyó su liberación a la influencia de los espíritus. Este caso, así como la alegre cadena de indultos durante la gestión 2000-2004 son explicables por razones diferentes a las espirituales.

Contrario a lo que pudiera esperarse el Hombre Delincuente es profundamente religioso. LEONCIO RAMOS, nuestro más destacado criminalista, nos dice al respecto:

Ferri no encontró sino un ateo entre 700 asesinos; Havelock Ellis afirma que en las prisiones es cosa rara entrar librepensadores, y que, según J.W. Horsley, Capellán de prisiones inglesas, sólo encontró 57 ateos entre la cifra de 28,351 delincuentes; Laurent afirma cosa igual; y asimismo Muller y Joli afirman que entre los ejecutados en París, en el curso de veinte años, sólo uno rechazó los auxilios espirituales en los últimos momentos...Por todo lo dicho, no creemos que pueda ponerse en duda que la delincuencia es menos común entre los no religiosos que entre aquellos que profesan un credo.”

( Notas para una Introducción a la Criminología p. 275-276). Lamentablemente esta obra, sus apuntes para la docencia en la universidad, no ha sido publicada formalmente y de ella sólo existen copias mimeografiadas.


Gabriel García Márquez, en Noticia de un Secuestro, libro que narra uno de los episodios de mayor tensión en la narcoguerra que protagonizaron “Los Extraditables” y el Estado colombiano, nos relata la extraña coincidencia de pensamiento que tuvieron el General Miguel Alfredo Maza Márquez, Director del Departamento Administrativo de Seguridad (DAS) y el Padrino de los narcos, Pablo Escobar Gaviria. El Premio Nóbel de Literatura nos dice: “Para él la guerra contra el narcotráfico era un asunto personal y a muerte con Pablo Escobar. Y estaba bien correspondido. Escobar se gastó dos mil seiscientos kilos de dinamita en dos atentados sucesivos contra él: la más alta distinción que Escobar le rindió jamás a un enemigo. Maza Márquez salió ileso de ambos, y se lo atribuyó a la protección del Divino Niño. El mismo santo, por cierto, al que Pablo Escobar atribuía el milagro de que Maza Márquez no hubiera logrado matarlo”.

Finalmente el Divino Niño se quedó con Maza y Escobar fue acribillado por miembros del Cuerpo Elite el 2 de diciembre de 1993, un día después de su cumpleaños, cuando se entretuvo hablando más de la cuenta por el teléfono y la llamada pudo ser triangulada por un GPS. Hace tiempo, cuando leímos Mi Confesión nos enteramos que Carlos Castaño, jefe de los Paramilitares, tuvo activa participación en la producción de inteligencia para el operativo en que se le dio de baja al decano de los narcos.

Alonso Salazar nos cuenta que cuando El Patrón formalizó su entrega ante el sacerdote García Herreros pidió que le bendijera una medallita de la virgen que llevaba puesta; en ese mismo acto los guardaespaldas que le acompañaban, algunos de los cuales tenían en su haber cientos de muertos, se arrodillaron y pidieron al Padre que los confesara y que les diera su bendición. Horas después ingresaban a la cárcel que denominaron La Catedral, de la cual Escobar terminaría escapando.

Una anécdota curiosa, del mismo ámbito colombiano, es la de un tal Toño Molina, narcotraficante de la década del 70, quien tras cometer cada nuevo asesinato salía corriendo al confesionario a poner al cura al tanto de sus pecados.

Cesare Lombroso nos dice acerca de los reclusos:

la mayor parte de ellos, sobre todo si se trata de campesinos, es creyente, aun cuando se haya formado una religión estrecha y acomodaticia, que hace de Dios una especie de benévolo tutor de los delitos... Tortora, que había dado muerte por su propia mano a doce soldados y también a un sacerdote, se creía invulnerable porque llevaba en el pecho la hostia consagrada... Religiosísimo, y de familia santurrona inclusive, era Verzein, estrangulador de tres mujeres

(Medicina Legal, vol. I. P.130-131).


Todo lo cual se explica, según el padre de la Criminología, porque la religión

“es la supervivencia de un sentimiento atávico y, salvo en la barbarie absoluta, crece tanto más cuanto más inculto y primitivo es el pueblo; y después, porque, como ha observado ingeniosamente Ferri, la religión no es por sí misma la moral sino la sanción de la moral”

(Lombroso, op. Cit. P.132).


Años más tarde FREUD daría a conocer ideas similares en El Porvenir de una Ilusión y Moisés y el Monoteísmo, obras que nos abstenemos de comentar por razones de espacio pero que sugerimos leer (recomendamos la edición de sus Obras Completas, en tres volúmenes; traducción de Luis López-Ballesteros y prólogo de Ortega y Gasset. Biblioteca Nueva; Madrid, España, 1973).

El perfil religioso del criminal se manifiesta además en el uso de tatuajes alusivos a cuestiones de fe. Es frecuente observar cruces, biblias e imágenes de santos. En cierta ocasión tuvimos la oportunidad de apreciar una auténtica obra de arte tatuada sobre toda el área del tórax de un recluso. Se trataba de la figura de Jesucristo en cuyo centro había un corazón espinado y sangrante. La figura se destacaba aún más por el contraste que hacía con la piel blanca del sujeto, los efectos luminosos que le aplicaron y el hecho de que el artista se cuidó de que el corazón de ambos coincidiera en el mismo punto.

Al tratar este tema no podemos pasar inadvertida la Oración del Santo Juez:

Señor, líbrame de mis enemigos. Si ojos tienen, que no me vean. Si manos tienen, que no me agarren. Si pies tienen, que no me alcancen. No permitas que me sorprendan por la espalda. No permitas que mi muerte sea violenta. No permitas que mi sangre se derrame. Tú que todo lo conoces, sabes mis pecados pero también sabes de mi fe. No me desampares. Amén.

Esta oración tiene variantes, como se evidencia en Confesiones de un Delincuente, del colombiano José Navia. La hallamos de manera viva es en la novela (llevada al cine) Rosario Tijeras del reconocido escritor Jorge Franco Ramos. De hecho el trailer del filme es dicha oración recitada por una mujer.

En la República Dominicana tenemos una obra muy completa respecto a la relación entre religiosidad, superstición y delito. En ella se transcriben algunas versiones de oraciones muy conocidas, como la de la Santa Camisa. Se trata del libro escrito por M. R. Cruz Díaz en 1945 y que lleva por título Supersticiones Criminológicas y Médicas. El autor complementa la teoría con vivencias propias en ocasión de desempeñarse como Juez de Instrucción en Santiago y la Provincia Duarte (San Francisco de Macorís). Es un texto tan completo que incluso lleva anotaciones jurisprudenciales sobre el tema.

En familias en que no existe la figura paterna y que por tanto la autoridad y responsabilidad recae sobre la madre se nota una mayor devoción por la Virgen. Así vemos que un recluso del penal de Bellavista (Colombia) expresa:

Nosotros le rezamos a Chuchito y a la Virgen, pero sobre todo a la Virgen porque ella es la Madre de Dios, y la madre es la madre, aquí y en cualquier parte”. Más adelante agrega: “Creo en Dios y en la santísima Virgen y siempre vamos es pa’delante. La Sagrada Escritura prohibe matar, yo entiendo que no se debe matar cristianos. Pero aquí no matamos cristianos sino animales. Porque una persona que tenga inteligencia no mata a un trabajador para robarle el sueldito y dejar aguantando hambre una familia. Ni los animales hacen esas maldades. Como cristianos creyentes nos defendimos y nunca me ha remordido la conciencia, a pesar de tanta sangre”. (Alonso Salazar. “No Nacimos P’a Semilla”. P.76).

En situaciones como estas la religión subsiste con fuerza extraordinaria. Sólo que en esta modalidad Dios ha sido destronado. La Virgen le ha dado golpe de Estado.

Esta visión distorsionada de la religión no es exclusiva de los delincuentes. Muchos criminaloides que pululan por la calle, gente aparentemente normal, tienen ideas parecidas, inculcadas por la educación que reciben. El buen comerciante reza para que le salga bien el negocio en que piensa engañar a alguien y el sicario lo hace para que no le fallen los tiros, para que el trabajo le salga bien y no lo descubran. Sobre este particular cabe destacar la práctica de usar balas “rezadas”, las que se hierven en agua bendita previo a colocarse en el arma. En La Virgen de los Sicarios (Fernando Vallejo, Alfaguara, 1994) y la ya citada Rosario Tijeras (Jorge Franco Ramos, Plaza & Janés, 1999) se destaca el oficio de este ritual así como las oraciones a María Auxiliadora, patrona de los sicarios.

Especialmente ilustrativa de este tema es la muy conocida obra de Germán Castro Caycedo, La Bruja: coca, política y demonio. Aquí se traza un bosquejo histórico de los orígenes del narcotráfico en Colombia y su relación con la alta política. Todo a la luz de una amalgama de catolicismo ortodoxo y hechicería. Este libro fue prohibido por los tribunales del Departamento de Antioquia, pero luego la Sala Plena de la Corte Constitucional revocó el fallo. Lleva más de 10 ediciones y las últimas contienen la sentencia como anexo y algunas glosas. Realmente vale la pena leerlo.

Quienes leyeron El Padrino y El Siciliano de Mario Puzo recordarán la profunda devoción de la famiglia Corleone. Salvatore Giuliano antes de ejecutar al barbero que lo traicionó le concedió un minuto para que hiciera las paces con Dios. Del mismo autor es Los Borgia, obra póstuma, concluida por su compañera Carol Gino. Antes de morir Puzo se refirió a esta novela de carácter histórico como “otra historia familiar”. En ella se recrean los pecadillos y travesuras del Papa Alejandro VI y sus hijos: asesinato, envenenamiento, traición, robo, usura, incesto, etc. Con razón el libro lleva el subtítulo “la primera gran familia del crimen”.

En Hannibal Thomas Harris nos describe al Dr. Lecter con los ojos piadosamente cerrados mientras es bendecida la cena y agrega que el apóstol Pablo no lo hubiera hecho mejor.
Como puede apreciarse, tanto en la vida real, algunos de cuyos episodios han sido plasmados a manera de testimonio en las obras precitadas, como en la literatura, histórica o de ficción, la relación religiosidad/delito es palpable de forma evidente. Por ello, a la luz del pensamiento criminológico, la religiosidad del justiciable más que una atenuante a su favor constituye un estigma y hasta cabe la posibilidad de tratarla como un indicio.

viernes, 28 de septiembre de 2007

LA PAREJA CRIMINAL


Por Juan Carlos Bircann


(Ensayo escrito en el año 2003, previo a la entrada en vigencia del Código Procesal Penal) .
La imagen es de Bonnie & Clyde, el ejemplo más conocido de Pareja Criminal, pero atípico. Se trataba más bien de dos coautores, con el mismo grado de iniciativa. Genuina Asociación de Malhechores.


En el ordenamiento jurídico penal, a la luz de la Teoría General del Delito, hallamos conceptos tales como infracción, autoría, tipicidad, culpa, imputabilidad, etc. A primera vista la realidad se nos presenta bastante simple. En un esquema sencillo tenemos que la infracción o delito es una conducta expresamente prohibida y cuya comisión es sancionada con una pena; que dicha infracción se compone de un elemento material y otro de orden moral que de ajustarse a un determinado Tipo Penal, definido con anterioridad por el legislador y luego de la comprobación de la intención delictuosa o animus, dará lugar a la imposición de la pena antes dicha. Vistas así las cosas se puede pensar en la facilidad de trabajo del abogado criminalista, pero como acertadamente escribiera Louis Josserand en el volumen I de su Derecho Civil, “la vida es más ingeniosa que el legislador y que el mejor de los juristas”. Cuando analizamos cada uno de los tres elementos que conforman el delito experimentamos la sensación de ingresar a un microcosmos de la misma manera que hacía el Sr. Tompkins, personaje de ficción de algunas obras de divulgación científica del célebre físico ruso George Gamow, en sus imaginarios viajes al interior de la célula y los dominios del átomo. Lo primero que destaca es que para cometer un delito no es necesario un acto positivo o material, basta una omisión, un dejar de hacer allí donde la ley exige una acción (como la falta de pago de la pensión alimenticia de los hijos menores). El elemento moral o intencional del acto delictivo nos lleva primeramente al campo de la imputabilidad y la culpabilidad y una vez allí nos enfrentamos a grandes disciplinas como la Psiquiatría, la Criminología y la Psicología, en cada una de las cuales hay diversas escuelas y tendencias que nos ofrecen un gran número de tópicos relativos a diversos aspectos de la conducta.

El Derecho Penal es la rama más compleja del ejercicio profesional y esto se debe a que el factor humano juega un papel de primer orden. El abogado penalista, aparte de las leyes, los códigos y la jurisprudencia, precisa del dominio de las ciencias forenses, algunas de las cuales nada tienen que ver con lo social, penetrando en el ámbito de la Física, la Biología o la Química; una vasta cultura general y además una buena oratoria, pues, a diferencia de las demás disciplinas, el procedimiento penal es esencialmente oral y en muchas ocasiones hay que improvisar. En esta materia no existen los plazos de 10 y 15 días del Procedimiento Civil para redactar en la tranquilidad y confort de la oficina escritos de réplica y contrarréplica a conclusiones previas y escritas. La palpitante realidad del drama penal ha sido ilustrada en dos obras de reconocidos juristas, pertenecientes a sistemas jurídicos muy diferentes: Las Miserias del Proceso Penal de Francesco Carnelutti y La Defensa Nunca Descansa de F. Lee Bailey.

En la comisión de un hecho delictivo pueden tomar parte una o varias personas; en la segunda hipótesis en calidad de coautores y/o cómplices. El Código Penal Dominicano define y sanciona la complicidad en sus Arts. 59-62 y la Asociación de Malhechores, llamada en otros sistemas Concierto para Delinquir, en los Arts. 265 y 266. Son coautores aquellos que toman parte en la comisión del hecho, codominándolo, o sea, distribuyéndose las aportaciones necesarias para materializarlo. Cada uno interviene a título de autor, realizando distintos papeles o funciones de forma que la sumatoria de sus acciones completa la realización del tipo. El cómplice, en cambio, es quien se limita a favorecer un hecho ajeno con instrucciones, consejos o facilitando los medios para la ejecución. Edgardo Alberto Donna en La Autoría y la Participación Criminal nos dice que autor es aquel que interviene con animus auctoris y “quiere el hecho como propio”, mientras que el cómplice es quien “quiere el hecho como ajeno”, manifestando meramente un animus socii. Según este tratadista todo dependerá si se actúa en interés propio o de otro.

La Doctrina moderna nos trae una conspicua figura: el Hombre de Atrás. Este sujeto no precisa ejecutar el hecho por sus propias manos, sino que se vale de otro, utilizándolo como instrumento, quien tiene dominio sobre sus acciones pero cumpliendo instrucciones de quien se presenta como el Hombre de Atrás o autor mediato. La aeronave de AVIANCA derribada en 1989, hecho en el que perdieron la vida 197 personas, fue ordenado y coordinado por Pablo Escobar, pero quien hizo detonar la bomba fue un sujeto a quien se había engañado entregándole un maletín que supuestamente llevaba una grabadora con la cual debía espiar al pasajero que le tocara al lado y que se activaba al accionar un dispositivo eléctrico. En Colombia a esta clase de sujeto se le conoce en la jerga criminológica como un suizo o desechable. Todos los sicarios del Cartel de Medellín eran gente de este tipo que recibieron entrenamiento de un mercenario judío de nombre Yair Klein. La fenomenología de este ecosistema criminal aparece magistralmente detallada en Mercaderes de la Muerte de Edgar Torres Arias (1995), Los Comandos de la Guerra (varios autores), Crónicas que Matan de María Jimena Duzán (1992), No Nacimos Pa’ Semilla de Alonso Salazar y Mi Guerra en Medellín del Coronel (r) Augusto Bahamón Dussán.

A propósito de autores colombianos no podemos obviar a Fabio Castillo, autor del best-seller Los Jinetes de la Cocaína (1987) y La Coca Nostra (1991). En su última obra publicada, Los Nuevos Jinetes de la Cocaína (1995) Castillo nos dice que la clave para descubrir a la mafia es “síguele la pista al dinero” ya que los grandes capos nunca están en el entorno de la droga o de los asesinatos que ordenan cometer, pero siempre están cerca del dinero. Satisfacen perfectamente el perfil de Hombres de Atrás. Los propietarios de grandes bancos hacen que esta circunstancia no pueda ser aprovechada por las agencias investigativas porque su lema es que a partir de ciertas sumas pecunia non olet (el dinero no huele). El profesor Jean Ziegler, autor de una enjundiosa y muy ilustrativa obra titulada Suiza Lava más Blanco relata una curiosa anécdota en la que el propietario de la Compagnie de Banque et d’Investissement le pidió al Concejo de Ginebra que fuese cambiado el nombre a la Rue de La Buanderie (calle de La Lavandería) en la que estaba ubicada su sede y así evitar los equívocos que pudiese causar esta molesta coincidencia. Actualmente se llama Place Camoletti.

Debemos destacar que en nuestra legislación existe la figura del hombre de atrás o autor mediato. La Ley 50-88 sobre Drogas y Sustancias Controladas en su Art. 4 define como Patrocinador y sanciona con 30 años de reclusión y multa no menor de R.D.$ 1,000,000.00 a todo aquel que financie, dirija intelectualmente, facilite equipos o medios de transporte para el tráfico ilícito. Habida cuenta que esta ley fija las sanciones de acuerdo a la cantidad y naturaleza de la sustancia ocupada y que nuestra jurisprudencia ha sido firme en el sentido de que lo que esta ley castiga es la posesión, resulta evidente que la figura del Patrocinador no depende de estas circunstancias y la propia definición legal contiene los elementos característicos de esta clase de autor, el cerebro detrás del crimen, el autor detrás del autor como lo define Marcelo Sancinetti. Las llamadas mulas no son más que el correo utilizado por los narcos. Usualmente se trata de individuos de bajo nivel social, personas pobres que se arriesgan a cambio de algún dinero, que nunca es tanto como lo presentan en las películas hollywoodenses. No obstante, luego de ser arrestados, estos infelices desechables son vendidos a la opinión pública como grandes capos, Señores de la Droga, jefes de carteles, etc. La Dirección Nacional de Control de Drogas (D.N.C.D.) tiene especialistas relacionadores públicos que presentan a cualquier delincuente de poca monta como un Barón de la Cocaína. Una gran parte de los expedientes que procesan se caen en los tribunales. La triste realidad de estos autores materiales e inmediatos es enfocada de manera aguda en un excelente libro del colombiano Alfredo Molano titulado Rebusque Mayor, relatos de traquetos, mulas y embarques (1999). Oportuno es destacar que cuando el autor material tiene conocimiento de la infracción no ha lugar a hablar de autoría mediata, sino de complicidad o coautoría del hombre de atrás.

Los temas de la autoría y la complicidad son bastante complejos, aparte de la óptica moral y filosófica de la Voluntad, la cual, para comprometer penalmente la responsabilidad del justiciable debe manifestarse de manera libre y no estar condicionada por el error.

Vemos en la práctica que las autoridades judiciales encargadas de la investigación procesan los casos en que hay involucradas varias personas limitándose a calificar con los Arts. 59, 60, 265 y 266 del Código Penal, pero nunca hacen referencia a la Pareja Criminal, que tiene implicaciones criminológicas precisas y es de suma utilidad al momento de decidir sobre la imputabilidad, culpabilidad y responsabilidad de los procesados.

Resucitando el lenguaje de la antigua Demonología, de la “ciencia” de la posesión diabólica, Escipión Sighele, discípulo de Enrico Ferri y pionero de las investigaciones de psicología colectiva morbosa, llamó íncubo y súcubo a cada uno de los elementos asociados; íncubo, es decir, el que está encima, es el que incuba, el que inyecta el proyecto criminal y lo cultiva y desarrolla; súcubo es el que está debajo, quien recibe y termina obedeciendo. Constancio Bernaldo de Quirós en su Cursillo de Criminología y Derecho Penal (Ciudad Trujillo, R.D. 1940) refiere que usualmente la Pareja Criminal se compone de un verdadero malhechor y un criminaloide, este último llamado por Lombroso pseudocriminal por su escasa o inexistente reincidencia y ausencia de perversidad en sus actuaciones. Es lo que Francesco Carrara en su clásico y voluminoso Programa de Derecho Criminal cataloga como concurso de acción sin concurso de voluntad, o sea, que alguno coadyuve a otro en un delito sin saberlo ni quererlo. “El cuerpo de este concurre de manera eficiente a la fuerza física del delito, pero el ánimo no concurre a él, y por ello no concurre a su fuerza moral. Falta la intención de violar la ley, y, por tanto, la acción, aunque materialmente ofensiva de la ley, no le es imputable” (Carrara, Op. Cit. V.I; p. 291. No. 432).

Puede alegarse que la figura del sujeto pasivo de la Pareja Criminal, el súcubo de la vieja Criminología, es una construcción teórica poco convincente, ya que es difícil concebir a alguien que obedezca ciegamente con ingenuidad y al mismo tiempo tenga la capacidad para integrarse exitosamente en una empresa delictiva. A esto respondemos con los profesores Julio Romero Soto y Juan Carlos Salazar quienes en su Antropología y Psicopatología Criminal (1998) afirman que el sujeto activo o íncubo “es por lo general un hombre que ejerce un prestigio dominador de hombres sin necesidad de aterrorizarlos. Contagia con su ejemplo, domina con su voluntad” (P. 226; el subrayado es nuestro) y complementamos con el reciente estudio del Prof. Adrian Raine de la Universidad del Sur de California, Violencia y Psicopatía (2000) quien afirma que en el ámbito interpersonal los psicópatas son “arrogantes, presuntuosos, insensibles, dominantes, superficiales y manipuladores” y que en la manifestación de sus afectos son “irritables, incapaces de establecer fuertes vínculos emocionales y carentes de empatía, sentido de culpa o remordimientos”. Dicho autor, que fundamentó sus investigaciones en el DSM-IV (Manual Diagnóstico y Estadístico de los Desórdenes Mentales), neuroimágenes y entrevistas concluye que estos rasgos interpersonales y afectivos están asociados con un estilo de vida socialmente desviado, que incluye comportamientos “irresponsables e impulsivos” y una “tendencia a ignorar o violar las convenciones y normas sociales” (Op. Cit. P. 17).

Lo que Don Constancio Bernaldo de Quirós llamaba malhechor verdadero y Lombroso y Ferri criminal nato, habitual o perverso es lo que hoy, a la luz de los últimos avances de las ciencias de la conducta llamamos Psicópata, que jamás debemos confundir con el oligofrénico, esquizofrénico o enajenado, el popular “loco”, puesto que la psicopatía no es una enfermedad mental, sino un trastorno de la personalidad. La ciencia moderna camina por la misma senda de los precursores, ampliando y enriqueciendo aquellos primeros conceptos.

La patética realidad del súcubo, autor inmediato o sujeto pasivo de la Pareja Criminal se evidencia en los tribunales con las explícitas y espontáneas confesiones, peticiones de perdón y hasta el anhelo de recibir el castigo, lo cual desmonta la mecánica calificación de Asociación de Malhechores que se describe en las Actas de Acusación y los Autos de Apertura a Juicio, presentando a los procesados siempre como coautores, sin evaluar la situación particular de cada uno y el rol desempeñado y bajo cuáles circunstancias en la comisión del o los hechos.

En este orden de ideas Enrico Altavilla, en el volumen II de su muy difundida Sicología Judicial (1955) nos explica que estos sujetos, usados como simples herramientas o instrumentos, “realizan un hecho que frecuentemente está en ruidoso contraste con su personalidad ética, y se produce por ello una reacción más o menos inmediata cuando el delito se ha cometido ya, reacción en la cual el individuo advierte la criminalidad de lo que ha llevado a cabo, y se ve invadido por un agudo remordimiento, que le hace sentir la imperiosa necesidad de confesarlo todo” (Op. Cit. P. 578, el subrayado es nuestro).

En el año 2001 asumimos la defensa de uno de tres jóvenes que habían realizado un robo nocturno en una de las sucursales de una reconocida institución bancaria de Santiago. Un primer vistazo al expediente nos reveló la presencia de circunstancias agravantes como pluralidad, armas de fuego, escalamiento, nocturnidad y hasta casa habitada, puesto que previo a presentarse al banco los involucrados estuvieron en la vivienda del gerente, a la que entraron con el rostro cubierto por pasamontañas, se lo llevaron a la fuerza y luego hicieron lo mismo en la casa de uno de los cajeros; ambos sujetos imprescindibles para poder abrir la bóveda, conociendo cada uno sólo de manera parcial la combinación de la misma. Con el paso de los días la investigación policial condujo al apresamiento de los tres participantes y a la recuperación de parte del dinero y bienes sustraídos.

Se trataba de una defensa imposible, sin aparente salida; quizás uno de esos casos que al decir de Enrico Ferri en sus Defensas Penales, cuando usted se presenta al tribunal sabiendo que no tiene la razón porque la ley, las pruebas y los hechos están en contra suya, el único camino que tiene es pedir clemencia. Con el paso de los días no hallábamos las tácticas adecuadas para estructurar un esquema de defensa y todos los colegas consultados nos decían que ese era un caso para una condena a 20 años de reclusión; pero en cierta ocasión, fuera del ambiente de oficina y judicial, nos llegó una idea al estilo Arquímedes de Siracusa, aunque en vez de ¡Eureka! nos vino a la mente una palabra algo prosaica y de menos letras, aunque genuinamente dominicana. Efectivamente, al releer el expediente nos dimos cuenta de que se encontraban presentes algunos de los rasgos conductuales del sujeto pasivo de la Pareja Criminal y el autor inmediato. Instruimos a nuestro cliente a mantener en todas las fases del proceso una actitud coherente, sincera y de claro arrepentimiento, pues no había otra salida. Su juventud y la circunstancia de ser un delincuente primario (sin antecedentes) serían los estandartes tras los cuales iríamos presentando cada uno de nuestros alegatos. Al final fue condenado a sólo 5 años de reclusión, sin agravantes, y con muy buenas posibilidades de obtener su Libertad Condicional en pocos meses. Los demás coacusados no tuvieron la misma suerte.

En materia penal hay que cuidarse del peligro que representa la rutina. Con la aprobación y próxima entrada en vigencia del nuevo Código Procesal Penal (Ley 76-02) los Abogados pasan a ser Defensores Técnicos, así mismo los llama en algunos de sus artículos la nueva ley, que a la vez acepta la incorporación de novedosos medios de prueba, inexistentes bajo el Código de 1884 y el interrogatorio directo a las partes. Seremos testigos de una especie de selección natural darwiniana en el campo jurídico. El profesional que no sea capaz de adaptarse a los cambio quedará rezagado en el ejercicio y dejado al olvido. Será el principio del fin de la práctica del amiguismo, los cabildeos y acuerdos de aposento para el manejo de los casos, pues con esta nueva legislación el proceso es completamente público y para solicitar la más sencilla medida el Abogado deberá hacerlo ante sus contrarios, de manera oral y justificando y motivando las razones de su petición. Con el nuevo Código los abogados “carabelita”, pasilleros, los leguleyos y sus buscones serán una especie en extinción.

En cierta ocasión el Prof. Carlos Dobal en una de sus cátedras de Historia de las Ideas Políticas nos decía que el Abogado se conoce por su biblioteca. Nosotros vamos un poco más lejos y agregamos que no basta sólo con tener muchos libros, sino que también hay que leerlos, consultarlos, subrayarlos, marcarlos, comprenderlos y sobre todo tomarlos en el momento oportuno cuando se va a hacer alguna cita; nada peor que una cita fuera de contexto o incompleta.

El año 2004 será punto de referencia de lo que podemos llamar la explosión cámbrica del Derecho Penal con el surgimiento de una nueva generación de profesionales con óptica distinta para ver las cosas y manejar los procesos.

miércoles, 26 de septiembre de 2007

COMEGENTE: primer asesino en serie de Santo Domingo y América





Por Juan Carlos Bircann


Siendo el crimen tan antiguo como la sociedad podemos estudiarlo como un fragmento de historia de la cultura. Sentimos su palpitante evolución en hechos que han perdido su punibilidad, como el suicidio, y acciones cotidianas que han sido elevadas al plano de lo prohibido. La Criminología histórica nos permite desarrollar la tarea de comparar el fenómeno criminal de diversos períodos, mostrando cómo el espíritu y las circunstancias de la época se reflejan en la criminalidad en un momento determinado.

Lamentablemente el relato de sucesos criminológicos que despiertan interés, la llamada crónica roja, versa mayormente sobre delitos infrecuentes y sensacionales, mientras que a la Criminología histórica le interesa precisamente los más frecuentes y típicos delitos. De ahí que los reportes sobre crímenes “famosos”, de las llamadas “causas célebres” sean de poco valor. Por cada sensacional proceso, ampliamente cubierto y difundido, hasta la saciedad, hallamos cientos de casos bajo un discreto titular “hombre mata mujer y se suicida”; “P.N. recupera vehículos”; “desmantelan banda falsificadores”; “D.N.C.D. realiza operativo”, etc. Esa es la delincuencia común. Los demás constituyen casos excepcionales.

Al lado del criminal que podemos llamar clásico (homicida, ladrón, falsificador) tenemos lo que Beeche, en el lenguaje victoriano llamaba el barón salteador, delincuente refinado, de salón, caballero de industria con apariencia de altos vuelos, que estafaba con elegancia y caía en gracia. En los dibujos animados lo vemos con sombrero de copa, ojos vivaces, fino bigote enroscado en los extremos, guantes blancos y una larga capa color negro. Edwin Sutherland, un siglo después, llamaba a esta modalidad de delinquir crimen de cuello blanco (white collar crime). Con el desarrollo de la tecnología los delincuentes disponen de novedosos medios para cometer sus fechorías en tanto que la Ley se mantiene estática o se reforma muy lentamente, siempre uno o dos pasos detrás de quienes la conculcan.

En lo que respecta a República Dominicana es muy ilustrativa la Distribución Geográfica del Crimen, ponencia del Dr. Freddy Prestol Castillo en el Primer Congreso de Procuradores (Ciudad Trujillo, 1940), considerada como “un estudio típico de antropología criminal dominicana” y quizás la primera obra sobre Criminología en nuestro país. En términos generales el autor de El Masacre se Pasa a Pie ubica el mayor número de delitos en el área rural; describe lo que llama “fatalismo del paisaje”; define la Frontera como “zona de robo antiguo y eterno” y el Cibao como una área que “ofrece una producción alarmante de delitos de orden sexual, desde la sustracción hasta los estupros”, donde prevalece, contrario al robo, el “gran hecho de sangre”, excepcional en el resto de nuestra geografía. Respecto al crimen pasional erótico nos cuenta que “casi nunca es un esposo que mata a otro, por lo común se trata de un drama de mancebía. La mujer o el hombre que viven en concubinato se matan” (P. 59). Sus observaciones en este sentido y sobre la frontera siguen teniendo la misma validez que hace 64 años, aunque respecto a la Frontera la criminalidad se enfoca en delitos de tráfico ilícito de diversa índole.

Como puede apreciarse, en nuestro medio la delincuencia común era la propia del área rural: robo de animales y cosechas, destrucción de cercas y empalizadas, riñas y de vez en cuando algún homicidio, sustracción de menor o violación. Cualquier hecho violento fuera de estos estrechos márgenes era motivo de consternación general. Quien haya leído Cosas Añejas de César Nicolás Penson, conjunto de episodios y tradiciones de Santo Domingo, puede tener una idea de la dinámica social de la época. Muy distinto resulta el panorama actual. Con la migración interna, desde las zonas rurales a las urbanas y los consiguientes cinturones de miseria, generalmente cercanos a las Zonas Francas, se verifica un aumento del robo con violencia; el parcelero convertido en motoconchista o taxista provoca una mayor densidad del tránsito en una ciudad como Santiago, cuyo centro no ha sido reestructurado y que originalmente fue diseñada para el tránsito de coches, hoy en vías de extinción y que sólo se ven en las pinturas folclóricas.

Crímenes como el secuestro, el narcotráfico, lavado de activos, falsificación de instrumentos de crédito, fraudes electrónicos y vendettas planificadas y ejecutadas por grupos organizados o con ramificaciones internacionales, eran extraños a nuestra sociedad. El crimen también se ha globalizado. Al llegar aquí evocamos a uno de los más enconados opositores a Lombroso: Alexandre Lacassagne. Representante de la Escuela de Lyon, Lacassagne equipara el delincuente a los microbios; estos no actúan si no hallan un medio favorable para su reproducción y desarrollo. Es lapidaria su sentencia de que “las sociedades tienen los delincuentes que merecen”.

Con los esquemas sociales de Santo Domingo del siglo XVIII (aquí aprovecho para aclarar que al escribir Santo Domingo me refiero a la parte oriental de la Isla Hispaniola, no a su capital; el Estado dominicano y la nacionalidad dominicana sólo existen a partir del 27 de Febrero de 1844. Antes de esa fecha podemos referirnos a haitianos o españoles, pero no a dominicanos), no es de extrañar que la aparición de cadáveres salvajemente mutilados conmocionaran a todos los estratos sociales de una nación predominantemente rural y de hábitos sencillos.

En 1790 aún no estaba acuñada la palabra sadismo, aunque sí el Marqués de Sade estaba haciendo de las suyas. Este “sadismo” innominado se presentó de improviso donde menos se le esperaba: en el Cibao, en pleno corazón de la Isla Hispaniola, predilecta del Almirante, Don Cristóbal Colón, quien quedó embrujado por su lujuriosa foresta (“La Spañola es maravilla; las sierras y las montañas y las vegas i las campiñas y las tierras tan hermosas y gruesas para plantar y sembrar, para criar ganados de todas suertes, para hedificios de villas e lugares. Los puertos de la mar, aquí no havría creencia sin vista, y de los ríos muchos y grandes y buenas aguas, los más de los cuales traen oro…es tal a la vista que ninguna otra tierra quel sol escaliente puede ser mejor al parecer ni tan fermosa”. Carta a Luis de Santángel, 15 de febrero de 1493. Extraído de Diario de Navegación y Otros Escritos; Ed. Corripio, 1994), y que como ya dijimos llevaba un ritmo de vida tranquilo, inocente, primitivo, tímido y dócil de la mano de la Iglesia y el Estado. Nos referimos al caso de “Comegente”, el primer asesino en serie del Nuevo Mundo de que se tenga noticia y a quien se llamó así porque se sospechaba que era antropófago, pues sus víctimas no aparecían completas y en una de ellas era evidente la acción del fuego, como si hubiesen pretendido asarle.

Aunque se ignoran datos esenciales para una historia clínica-criminológica, igual que pasa con Judas Iscariote, disponemos de algunos datos dispersos con los cuales elaborar aunque sea un elemental perfil. En su Resumen de la Historia de Santo Domingo Don Manuel Ubaldo Gómez nos dice: “A principios del siglo XIX hubo en la jurisdicción de La Vega, un africano conocido con el nombre de El Comegente o El Negro Incógnito. Este antropófago, cuyas correrías extendería hasta las jurisdicciones de Santiago, Moca y Macorís, atacaba a las ancianas, a las mujeres y a los niños, pues era cobarde y le huía a los hombres fuertes. Fue capturado en Cercado Alto, común de La Vega, ignoramos el año, y fue remitido a Santo Domingo bajo custodia de un fuerte piquete al mando de un oficial llamado Regalado Núñez; en el camino pernoctaron en la Sabana de la Paciencia y durante toda la noche lo tuvieron amarrado a un naranjo muy conocido por esa circunstancia”.

Los datos que conocemos de Comegente fueron aportados por un religioso de La Vega llamado Pablo Amézquita, pero fueron publicados casi un siglo después de los sucesos (1881). El Padre Amézquita nos cuenta que Comegente era “negro de color muy claro, que aparece indio (ya vemos que el vicio de llamar “indio” a la gente de color no es nuevo); el pelo como los demás negros, pero muy largo; de estatura menos que lo regular, bien proporcionado en todos sus miembros, y tiene de particular los pies, demasiado pequeños”. Según Don Casimiro N. de Moya, se llamaba Luis Beltrán; había nacido libre, en Jacagua o en Guazumal, secciones de Santiago de los Caballeros, y debía tener 40 años en la época de sus atentados.

El número de los que perecieron a sus manos asciende a 29; a 27 los heridos y muertos por él; en conjunto, 56 víctimas personales, más los incendios, los daños a cosechas y animales que rodean casi todos sus crímenes. Apenas capturado, el bárbaro monstruo sádico fue ejecutado en la ciudad de Santo Domingo, sin forma regular de juicio o en proceso sumarísimo y verbal del que no ha quedado rastro alguno.

Estos sucesos estimulan la imaginación popular y en torno a ellos se tejen las más enrevesadas especulaciones. De Comegente se llegó a decir que había ido a Haití donde aprendió la hechicería; que podía estar en muchas partes a la vez; que recorría largos caminos en una sola noche valiéndose de medios sobrenaturales; que no se podía atrapar pues en cuanto sus pies tocaban un río o arroyo desaparecía en el aire dejando un olor nauseabundo tras de sí. Contrario a lo que asevera el historiador Manuel Ubaldo Gómez se creía que la hazaña de su captura era obra de un tal Antonio, quien, precisamente el día de San Antonio y haciendo uso de un “bejuco de brujas” lo amarró y lo condujo a la Capital.

Omitiendo lo fantástico y fabuloso en el dossier de Comegente y limitándonos a las informaciones del Padre Amézquita, Don Casimiro Nemesio de Moya y Manuel U. Gómez podemos bosquejar un perfil del primer asesino en serie “dominicano”. Contrario a la regla, prácticamente absoluta, de que los serial killers en su heterosexualidad son unisexuales en sus crímenes, es decir, que sólo acechan mujeres (Jack El Destripador, David Berkowitz, Ted Bundy, etc.) u hombres (Fritz Haarmann (a) “El Carnicero de Hannover”, Jeffrey Dahmer (a) “El Carnicero de Milwaukee”) nuestro Comegente atacaba por igual a hombres, mujeres y niños, semejándose al célebre Vacher (estrangulador de pastores y pastoras).

En Crime Classification Manual Robert Ressler, Ann Burgess y John Douglas sostienen que son factores muy comunes en los homicidas seriales la enuresis (incontinencia urinaria), la piromanía y la crueldad hacia los animales o niños pequeños. El santiaguero Luis Beltrán (a) “Comegente” satisface dos de esas tres variables. Dichos autores en otra enjundiosa obra (Sexual Homicide, Patterns and Motives) dejan establecido que estos individuos actúan en el período entre 27 y 31 años de edad. Comegente se aparta aquí del patrón de manera significativa, ya que supuestamente tenía unos 40 años al momento de sus crímenes. También en lo que respecta a la raza, pues prácticamente todos los asesinos seriales son caucásicos (de raza blanca).

De las descripciones ofrecidas por el Padre Amézquita percibimos la analogía con Jack El Destripador (Comegente antecede en más de un siglo a Jack, pero este es el más famoso de la historia, paradigma de asesino, sobre quien se han hecho libros, novelas, películas como From Hell y hasta páginas web dedicadas a tratar los sucesos de Whitechapel en el East End de Londres a finales del siglo XIX): “Junio 14. Tío Gabriel, 80 años, desllucado (sic), una estocada por el costado y le cortó y se llevó las pudendas. A la noche Apolonia Ramos abierta desde la hoya (sic) hasta el pubes, le sacó el corazón, que se llevó conjuntamente con la mano derecha, y otras varias heridas y le clavó un palo por sus pudendas; también le cortó una porción de empella (sic) y con ella le cubrió la cara”. Respecto a Isabel Estévez, el 30 de agosto de 1791 nos relata: “después de dos machetazos terribles en la cabeza y en el pesquezo (sic) ‘usó de ella torpemente’, llevándose parte de los cabellos, el rosario y un pedazo de las enaguas”.

Veamos un fragmento del informe de de la necropsia de Mary Jane Kelly, última víctima de Jack El Despripador, realizada por los Doctores Bagster Phillips, Bond y Gordon Brown: “Toda la superficie del abdomen y los muslos había sido levantada y la cavidad abdominal, vaciada de vísceras. Los pechos habían sido arrancados [sic], los brazos mutilados por diversas heridas dentadas y la cara tajeada hasta hacer irreconocibles los rasgos. Los tejidos del cuello estaban partidos íntegramente hasta el hueso. Las vísceras aparecieron esparcidas en distintos sitios, por ejemplo, el útero y los riñones con un pecho, bajo la cabeza, el otro pecho junto al pie derecho, el hígado entre los pies, los intestinos del lado derecho y el bazo del lado izquierdo. Los colgajos de piel arrancada del abdomen y los muslos se hallaban sobre la mesa [...] La cara estaba acuchillada en todas direcciones, y se había eliminado parcialmente la nariz, las mejillas, las cejas y las orejas [...] El pericardio estaba abierto por debajo y faltaba el corazón” (tomado del libro de Paul Feldman, Jack El Destripador, Capítulo Final; Ed. Planeta, 1998, p. 87).

Aquí es oportuno hacer una precisión respecto a la creencia popular de que por la naturaleza de las heridas y mutilaciones el autor debe ser un cirujano o experto carnicero, lo que se ha esgrimido en algunos casos, incluyendo el de Jack El Destripador. A nuestro paso por la Procuraduría Fiscal de Santiago como Abogado Ayudante adscrito al Departamento de Homicidios de la P.N., tuvimos ocasión de ver cuerpos mutilados cuyas heridas eran “limpias”, o sea, sin magulladuras o equimosis en los bordes y que cortaban los huesos en sentido transversal y sin astillarlos. La clave de estas lesiones está en la naturaleza del agente vulnerante, especialmente su peso, filo y la fuerza y velocidad con que lo haya manejado el agresor. Cualquier jornalero analfabeto armado con un “colín vaciado” (de los usados para pelar cocos), puede producir cortes tan limpios como lo haría delicadamente un cirujano con su bisturí. Las heridas incisas o cortantes presentan bordes lisos y regulares igual que las punzocortantes. En cambio, las cortocontundentes producen lesiones en que se verifican desgarros o machacamiento de los tejidos (hacha, machete sin filo, etc.).

No sólo es concordante y precisa la similitud con Jack El Destripador, Haarmann, Dahmer y Richard Chase (a) “El Vampiro de Sacramento”, sino que el cibaeño Luis Beltrán, El Comegente, también se llevaba “trofeos” o “souvenirs” de sus víctimas. Es unánime la opinión de los expertos en el sentido de que este es uno de los rasgos más característicos de los criminales psicópatas, particularmente del tipo organizado. Ressler ( Whoever Fights Monsters) nos dice: “ estos no son objetos de mucho valor por sí mismos, como joyas, sino que recuerdan a la víctima. Estos trofeos son tomados para su incorporación en las fantasías posteriores al crimen. Así como el cazador cuelga de una pared la cabeza de un oso y siente orgullo habiéndolo matado, también el criminal organizado observa una gargantilla colgada en el armario y mantiene viva la excitación que le produce su crimen. Muchos toman fotografías de sus hechos con el mismo propósito. En ocasiones los trofeos, como joyas, son obsequiados por el criminal a su esposa, madre o novia, de manera tal que cuando ellas los usan únicamente el asesino conoce su significado” (Op. Cit. P. 135-136. St. Martin’s Press. 1993). Quienes vieron Red Dragon (basada en la novela de Thomas Harris, el mismo autor de Hannibal y Silence of the Lambs) recordarán que Francis Dollarhyde tomaba fotos en la escena del crimen. Douglas (The Anatomy of Motive) los califica de fetiches más que souvenirs o trofeos e insiste en que siempre son objetos pequeños y generalmente de poco valor como pañuelos, ganchos para sujetar el pelo, medallas, prendas, ropa interior. Otros especialistas (Russell Vorpagel, Profiles in Murder; Stéphane Bourgoin, Asesinos; Adrian Raine, Violencia y Psicopatía) hacen hincapié en lo que a recrear la fantasía se refiere pero agregan que la vieja idea de que el asesino siempre vuelve a la escena del crimen mantiene considerable vigencia. De hecho, una vigilancia discreta en el lugar del hecho ha servido para capturar a varios de estos sujetos.

Comegente también era necrófilo como Denis Nilsen, Andrei Chikatilo (a) “La Bestia de Rostov” y Ed Gein (a) “El Carnicero de Plainfield”. Como se puede apreciar, hemos comparado individuos de los siglos XVIII, XIX y XX y en todos ellos se verifican las mismas variables conductuales y las mismas patologías; o sea, con una u otra diferencia todos responden al mismo patrón.

Antes de Lombroso y Pinel, con quienes surgen respectivamente la Criminología y la Psiquiatría, la conducta era estudiada a través del lente opaco, rallado y supersticioso de la Demonología o “ciencia” de la posesión diabólica. Fue Pinel quien elevó al loco a rango de enfermo y lo despojó de sus cadenas. Lombroso, por otro lado, estudiando los cráneos de reconocidos delincuentes históricos y realizando autopsias en los condenados a muerte concibe una idea que se le presenta con meridiana claridad: El delincuente es un salvaje resucitado por un fenómeno de atavismo en el seno de sociedades civilizadas. Cuentan las crónicas que a su estudio entraban centenares de cráneos recolectados en los campos de batalla. Hoy día muchas de sus tesis han resultado definitivamente abandonadas, pero a la luz de los avances científicos otras han sido robustecidas, todo gracias al estudio sistemático, objetivo e inductivo sobre la carne delincuente.

El 12 de febrero de 1999 salió a la luz un nuevo “Comegente”. Se trataba de Dorangel Vargas Gómez, nativo de la ciudad andina de San Cristóbal (Venezuela). Al ser interrogado por efectivos del Cuerpo Técnico de la Policía Judicial confesó: “Por necesidad me he metido en esta vaina. No me arrepiento, al contrario, me alegro porque me gusta la carne. Lo único que no me da apetito son las cabezas, manos y patas de los seres humanos, pero me los comía en sopita cuando azuzaba el hambre”. Cazaba a sus víctimas con una barra metálica, las descuartizaba, guardaba las partes que se comía para cocinarlas y enterraba lo demás, que según sus declaraciones le “producían indigestión”. Era selectivo en su menú: sólo mataba hombres “porque saben mejor que las mujeres”.

Si bien en la hermana República Bolivariana de Venezuela tienen hoy un “Comegente”, más gráfico y con un dossier mejor documentado que Luis Beltrán, lo cierto es que en nuestra historia contamos no sólo con el primer Santiago de América, sino con el primer asesino serial del Nuevo Mundo.

El ITER CRIMINIS O CAMINO DEL DELITO





Por Juan Carlos Bircann


Un hecho es un trozo de historia y la historia es el camino que recorren, desde el nacimiento hasta la muerte, los hombres y la Humanidad. Un trozo de camino, pues, pero del camino que se ha hecho, no del camino que se puede hacer, como dice Serrat. Saber si un hecho ha ocurrido significa volver atrás, hacer historia. Esto nos hace evocar la llamada Flecha del Tiempo de Eddington que refiere Stephen Hawking en “Historia del Tiempo”, según la cual los fenómenos ocurren de acuerdo a cierto orden que va del pasado al futuro. El delito es un trozo de camino, del cual quien lo ha recorrido trata de borrar o destruir las huellas. Las pruebas sirven, precisamente, para volver atrás; para reconstruir la historia. Quien caminando por un bosque se halla perdido y desea regresar sólo debe volver sobre sus propias huellas.

Pero el delito también recorre un camino, que los antiguos penalistas llamaron Iter Criminis. Originalmente este principio planteaba que el delito no se manifestaba sino gradualmente, pasando de las formas leves a las más graves y por último a las más atroces del crimen. Quien lo dio a conocer fue Próspero Farinaccio en 1598 durante uno de los procesos más memorables del Renacimiento, que llevó al cadalso a Beatriz Cenci. La familia Cenci fue una de las principales de la Roma de los Pontífices, se jactaba de provenir de un Cónsul romano, Cencius. Cierto día el jefe de la familia, Francesco Cenci, apareció muerto y las sospechas recayeron en su propia familia, que fue sometida a los rigores de los procedimientos de entonces.

Beatriz Cenci, “El Angel del Parricidio”, de quien ha dejado un retrato el gran pintor Guido Reni, sufrió el tormento con extraordinaria entereza y cuenta la tradición que sólo se confesó culpable cuando se le amenazó con la pérdida de su gala más preciosa: la cabellera; la famosa cabellera con que aparece retratada por el Guido. Confesó el crimen de incesto de que había sido víctima y fue condenada a muerte a pesar de la magistral defensa de Farinaccio, quien la desarrolló precisamente negando la posibilidad de que Beatriz fuera autora del terrible parricidio de que se le acusaba, sólo porque en forma alguna el parricidio podía empezar sin ir precedido de otra serie de crímenes ascendentes, desde las contravenciones más leves, lo que faltaba enteramente en el pasado inocente de Beatriz. Hace unos años en la ciudad de Santo Domingo se produjo un caso análogo, pero esta vez fue una doméstica en connivencia con la esposa. La Victimología, desconocida en época de Farinaccio y que describe la situación de sujetos particularmente vulnerables, muchos de los cuales terminan saturándose de los abusos y vejaciones a que son sometidos y deciden, en ocasiones, tomar la justicia en sus manos. El Código Procesal Penal en su Art. 339 traza pautas para la determinación de la pena. Los días de la Escuela Clásica de Romagnosi, Carmignani y Carrara en que sólo se razonaba silogísticamente en base al esquema “tal delito, tal pena” han sido definitivamente sepultados, al menos formalmente.

La defensa, sin embargo, no sirvió para librar a la Cenci del patíbulo. La Historia relata el interés particular del Papa Clemente VIII y el Cardenal Hipólito Aldrobandini en la condena con miras a confiscar los bienes de los Cenci y distribuirlos entre sus familiares y amigos.
Esta tesis del antiguo Derecho Penal según la cual los crímenes capitales o atroces siempre van precedidos de otros ha sido definitivamente abandonada. La experiencia ha demostrado que muchos individuos han iniciado su carrera criminal por el más grave de todos los delitos. No obstante, modernos criminalistas que han estudiado a los llamados serial killers a la luz de los últimos avances de la Psiquiatría y las ciencias del comportamiento, hacen énfasis en la preexistencia de delitos menores así como la llamada “tríada homicida”: piromanía, enuresis y crueldad hacia los animales o niños pequeños (Douglas, John. “The Anatomy of Motive”, “Mindhunter”; Douglas, Ressler & Burgess. “Crime Classification Manual”; “Sexual Homicide, Patterns and Motives”).

Sin embargo, la contribución de Próspero Farinaccio se mantiene parcialmente en el Derecho Penal moderno (el término corpus delicti, cuerpo del delito, presente en casi todos los códigos vigentes también es de su autoría). El delito recorre un camino que tiene su partida en un proceso interno y concluye en su ejecución, o sea, todo lo que sucede desde que la idea nace en la mente del criminal hasta la consumación del ilícito. Lo que Farinaccio veía como un ascenso de orden cualitativo terminó adoptándose como etapas dentro de una misma infracción. Los tratadistas distinguen dos fases: interna y externa. La fase interna sólo existe mientras el delito, encerrado en la mente del autor, como idea, no se manifiesta materialmente, quedándose en los dominios del deseo. Ya en el Digesto, obra cumbre del Derecho Romano, hallamos la sentencia de Ulpiano “cogitationis poenam nemo patitur”, nadie sufre pena por su pensamiento. La fase externa consiste en la cosificación de la voluntad, o sea, la realización de actos que tiendan a materializarla.

Francesco Carrara en su clásico Programa de Derecho Criminal (obra escrita en 1859 y que consta de 10 volúmenes; quizás una de las más completas de las ciencias penales) se refirió a actos preparatorios y actos ejecutivos. Los primeros son idóneos pero “remotamente”, además son equívocos ya que por sí solos no revelan la voluntad del agente (por ej. la compra de un arma o raticida); los actos ejecutivos también son idóneos, pero de idoneidad “próxima” y además inequívocos porque ellos mismos demuestran la voluntad con que se les materializa (apuntar a alguien con un arma cargada, echar veneno en la comida).

La Teoría General del Delito reconoce cuatro etapas básicas del reformulado Iter Criminis de Farinaccio: Los actos internos, los actos preparatorios, los actos de ejecución y la consumación del delito. Ciertos doctrinarios (Jiménez de Asúa) subdividen los actos internos en tres períodos: concepción, deliberación y resolución. Personalmente, no vemos el interés práctico de este desglose pues todas esas fases quedan circunscritas en el fuero interno del sujeto y por tanto no son sancionables. ¿Qué utilidad reporta a la Justicia diferenciar entre la simple idea, la reflexión y posterior determinación de dar el “paso al acto” si a fin de cuentas estas variables permanecen fuera del ámbito penal?

Oportuno es señalar que en las contravenciones (infracciones menores) y ciertos delitos tales como riña (Art. 311 del C. P.) o accidentes de tránsito (Ley 241) no ha lugar a plantear la cuestión del Iter Criminis, puesto que para estas infracciones el Legislador se ha fundamentado en la idea de FALTA más que de intención delictuosa (animus) para sancionarlas. Lo que se castiga en estos casos es la inobservancia, negligencia, imprudencia o impericia. Estos son los sujetos que LOMBROSO llamó pseudocriminales.

La utilidad de la teoría del Iter Criminis radica en que hay ciertos actos que son punibles y otros no. Ya dijimos que el proyecto o idea criminal no es sancionable mientras no se materialice con un principio de ejecución. Sólo el Gran Hermano de la obra de George Orwell, 1984, castiga el pensamiento, así como la religión (pensamiento, palabra, obra y omisión).

Nuestro Código Penal en su Art. 2 prescribe: “Toda tentativa de crimen podrá ser considerada como el mismo crimen, cuando se manifieste con un principio de ejecución, o cuando el culpable, a pesar de haber hecho cuanto estaba de su parte para consumarlo, no logra su propósito por causas independientes de su voluntad, quedando estas circunstancias sujetas a la apreciación de los jueces.”

Esto en lo relativo a materia CRIMINAL, pues inmediatamente el Art. 3 dispone: “Las tentativas de delito no se reputan delitos, sino en los casos en que una disposición especial de la ley así lo determine.”

En suma, en materia CORRECCIONAL la tentativa o inicio de ejecución no es punible, requiriéndose que un texto legal especial de manera expresa así lo ordene (nullum crimen, nullum delictum, nullum poena sine lege previa). En materia criminal se justifica la sanción de la tentativa en todos los casos dada la gravedad de este tipo de infracciones que generalmente requieren mayor preparación para ejecutarlas y usualmente son premeditadas.

El llamado Delito Imposible o Tentativa Inidónea también tiene interés práctico. Son aquellas acciones que a falta de medios, de objetivo o inadecuado uso de los medios, el delito no llega a consumarse. Por ejemplo: Intentar hacer abortar a una mujer que no está embarazada o echar “cloruro de sodio” (nombre químico de la sal común o de cocina) creyendo que se trata de un veneno. Estas acciones no son punibles.

Desde hace tiempo hemos mantenido una inquietud respecto a la tentativa y su enfoque por la jurisprudencia nacional, específicamente en materia de homicidio. Por ejemplo, si un sujeto se ve precisado a hacer uso de un arma de fuego y realiza un solo disparo a su agresor, sin hacer blanco, esto es tentativa de homicidio y se sanciona con pena de 3-20 años, pero si lo impacta múltiples veces sin causarle la muerte el hecho se califica como “golpes y heridas” (Art. 309) sancionado con pena de 6 meses a 2 años de prisión salvo lesión permanente, todo en virtud del Principio de que el dolo indeterminado se determina por el resultado (dolus indeterminatus determinatus eventus). Por lo visto, a la luz de los principios legales y la jurisprudencia dominante es más rentable consumar la infracción, pues la penalidad es la misma. Simple análisis de costo-beneficio que el agente puede tomar en cuenta.

Otra inquietud que mantenemos es respecto a los actos preparatorios. No se castigan; pero a nuestro modo de ver sí deberían serlo cuando son cometidos por sujetos que ya cometieron delitos, o sea, por reincidentes, tal es el caso del reconocido ladrón de amplio historial delictivo que es detenido en un área residencial por una patrulla policial en horas de la madrugada llevando una ganzúa o una “pata de cabra”, instrumentos que sólo sirven para romper puertas, candados o forzar cerraduras. Lo mismo ocurre con los distribuidores de drogas a quienes se les ocupa una gran cantidad de sobres de lactosa (azúcar de leche), usada para dar el “corte” específicamente a la cocaína. Esto es acorde a la Defensa Social y la prevención del delito. Si bien no se debe mandar a la cárcel a un individuo por estas cosas, bien puede aplicarse una medida de seguridad, que a fin de cuentas no daña a nadie. Los legisladores que trabajan en el Anteproyecto del nuevo Código Penal tienen una buena oportunidad de introducir importantes reformas.