martes, 2 de octubre de 2007

LA CONJURA PAZZI, UN CASO DE CRIMINALIDAD ECLESIASTICA


Por Juan Carlos Bircann



Florencia, capital de la Toscana y santuario del Renacimiento fue en un período determinado uno de los principales núcleos comerciales y financieros de Europa, lo que hace deducir su agitado ritmo de vida así como la lucha de intereses económicos, sociales y políticos. Desde Piazzale Michelangelo, próximo a la Via Belvedere, se obtiene un panorama general de la ciudad en que se destaca el Duomo o cúpula de la catedral Santa Maria del Fiore, diseñado por Brunelleschi; esta estructura se levanta a 91 metros sobre el suelo y tiene 45.5 metros de diámetro. Su interior está decorado por vistosos frescos de la autoría de Giorgio Vasari y Federico Zuccari que representan el Juicio Final. Es el símbolo de la ciudad. El resto del paisaje comprende el Campanario de Giotto, la torre del Palazzo Vecchio y Santa Maria Novella. Mirando hacia un plano más bajo hallamos el Ponte Vecchio, el más antiguo de los puentes que se levantan sobre el río Arno (1345) y el único que sobrevivió a los ataques de la Luftwaffe durante la Segunda Guerra Mundial cuando las tropas del Mariscal Kesselring se retiraban hacia el norte empujadas por el avance de los aliados, que habían desembarcado en Sicilia en julio de 1943. Actualmente alberga numerosas joyerías y algunas tiendas de regalos.

Caminando por el centro de la ciudad hay decenas de lugares y objetos de interés histórico que sería oneroso describir, entre los que cabe destacar el Baptisterio de San Juan con su cúpula octogonal de estilo bizantino, decorada con mosaicos en los que predomina el oro y que recrean escenas del Antiguo Testamento; las Puertas del Paraíso de Ghiberti; Santa Croce, donde yacen los restos de personajes como Galileo, Michelangelo, Dante, Maquiavelo y Rossini, entre otros; la Piazza della Signoria, donde fue ahorcado y quemado Fray Girolamo Savonarola (1498) y que fuera el centro político de la ciudad en el s. XIV, en la que se encuentran esculturas como el Neptuno de Ammannati, el Perseo de Cellini, el Rapto de las Sabinas, Ayax Sosteniendo el Cadáver de Patroclo, Hércules y Caco y la elegante estatua ecuestre de Cosme I, todas estas realizadas por Giambologna. En la Via della Scala # 16 hay un lugar que pasa desapercibido a la mayor parte de los turistas: la Officina Profumo Farmaceutica di Santa Maria Novella, fundada en 1612 y en la que se pueden adquirir a precios relativamente razonables, perfumes, colonias, jabones, talco y loción para el afeitado entre otros productos hechos artesanalmente y por encargo previo. Esta vieja farmacia, que tiene más de museo que de establecimiento comercial, abarrotada de vitrinas con morteros y frascos de porcelana similares a los que aún se conservan en la tradicional Farmacia Normal, de la calle del Sol, Santiago (fundada en 1857), y en un ambiente de penumbra es quizás uno de los lugares que mejor huelen en toda la Tierra. Destacadas obras de Rafael, Leonardo, Michelangelo, Perugino, Botticelli, Tiziano, Caravaggio y Tintoretto descansan en la Galleria della Academia y la Galleria degli Uffizzi. Gente de todas partes del mundo se mezclan en largas filas para ver por unos minutos El Nacimiento de Venus, Leda y el Cisne y La Primavera o para apreciar de cerca la perfección de las formas, proporciones y detalles de El David. En las calles proliferan músicos aficionados y hasta orquestas enteras que entre el ruido de los vehículos dejan escuchar sobrios fragmentos de piezas de Mozart, Schubert, Beethoven, Vivaldi y Bach que acarician los oídos de los paseantes.

Este era el escenario en el que convivieron familias rivales y muy poderosas como los Médici, Pitti, Capponi y Pazzi. Tratándose de una ciudad en la que de cada centímetro cuadrado emana arte e historia no podía faltar una de las artes más antiguas: el asesinato. Tan viejo que lo hallamos en las primeras páginas de La Biblia en la persona de Caín y que inspiró a Thomas de Quincey a escribir El Asesinato Considerado como una de las Bellas Artes.

Una de las creencias más arraigadas en el pensamiento, pero falsa, es la de que la religión hace buenos y virtuosos a los hombres y que el delincuente es un individuo de poca fe. De hecho, este viola los principios fundamentales “no matarás” y “no robarás”, lo cual vemos como una arqueología de la moderna división de los delitos aceptada en casi todos los códigos penales: delitos contra las personas y delitos contra los bienes patrimoniales o cosas.

El padre de la Criminología, Cesare Lombroso, en el volumen I de su Medicina Legal, que viene a ser una especie de compendio de L’Uomo Delinquente (1876), basándose en su vasta experiencia de trabajo en las cárceles y manicomios, en contacto permanente con locos y criminales, echó por tierra estos mitos, enfatizando que más bien se verifica todo lo contrario: el hombre delincuente es profundamente religioso y supersticioso. Enrico Ferri, padre de la Sociología Criminal, no encontró sino un ateo entre 700 asesinos. Havelock Ellis dijo que en las prisiones era raro hallar librepensadores y entre los ejecutados en París en el curso de 20 años Joli dice que sólo uno rechazó los últimos sacramentos. En el plano de la Psicología Freud clasificó la religión como una de las neurosis (El Porvenir de una Ilusión ).

Personalmente hemos visto la asombrosa cantidad de tatuajes de significación religiosa que hay entre los reclusos de algunas cárceles del Cibao. El tatuaje es uno de los estigmas criminales clásicos junto al uso de sobrenombres (apodos) y el lenguaje especial o jerga. También cabe destacar la masiva audiencia carcelaria que se conforma cuando allí asisten grupos de predicadores o clérigos. Los muros interiores de la Cárcel de Rafey (Santiago), previo a su remodelación y reestructuración, estaban abigarrados de grafitos con frases bíblicas, siempre alusivas al delito. Igual ocurre con la preventiva que hay en el sótano del Palacio de Justicia. Para el visitante ordinario esto carece de significado, pero para el criminalista no, pues es una de las manifestaciones de la conducta antisocial, aunque muchos lo ignoran.

A nuestro modo de ver, más allá de inquisidores medievales, terroristas islámicos, los recientes escándalos de pederastia a nivel mundial, y dejando aparte el dato que proporciona el historiador Karlheinz Deschner en el volumen I de su Historia Criminal del Cristianismo , en el sentido de que hasta bien entrada la Edad Media los falsificadores fueron casi siempre los religiosos, el episodio que mejor representa la relación entre religión y delito, criminalidad y fe, es la Conjura de los Pazzi efectuada en Florencia el 26 de abril de 1478 y que fue recreada parcialmente en el filme basado en la cuarta obra de Thomas Harris, Hannibal. A grandes rasgos esto fue lo que sucedió: Los Médici se habían convertido en un obstáculo a los planes expansionistas del Papa Sixto IV, quien hizo Cardenales a siete de sus sobrinos. Aparte de objetar el nombramiento de Jacopo Salviati como Arzobispo de Pisa los Médici le negaron un préstamo al Sumo Pontífice. Este reaccionó retirando todos sus activos de los bancos de esta familia y los colocó en los pertenecientes a la familia Pazzi, rival de los Médici, con fines de provocar la quiebra de los primeros, pero esto no fue suficiente para hacerlos caer. Fue entonces cuando por iniciativa de Francesco Pazzi, el nuevo banquero del Papa, y con el consentimiento de éste, se organizó el atentado en que serían asesinados Giuliano de Médici y su hermano Lorenzo El Magnífico. Al principio se trató de atraer a Roma a ambos hermanos pero estos eran demasiado prudentes para abandonar Florencia. En vista de ello Pazzi y el Arzobispo Salviati se trasladaron a la Toscana confiando en que allí se les ofrecería la ocasión de asesinar a sus dos enemigos juntos, ya fuese en un banquete… o en la iglesia.

Finalmente se acordó que el plan se ejecutaría en el Duomo, al momento de la elevación de la Hostia, cuando los fieles bajaran la cabeza en señal de respeto. En la conjura participaron Francesco Pazzi, el Cardenal Girolamo Riario (posiblemente hijo de Sixto IV), el Arzobispo Salviati y un asesino a sueldo llamado Giambattista Montesecco. Pero surgió un inconveniente, y este es el punto nodal de la historia: Montesecco, a pesar de ser un sicario, matón, mercenario, asesino asalariado, “martello” o como quiera llamársele, se negó a llevar a cabo la acción delante del Altar Mayor. Aparecieron entonces dos sacerdotes (Maffei y Bagnone) curados de aquellos necios escrúpulos. Una vieja crónica lo relata así: “Se encontró otro hombre que, por ser un sacerdote, estaba más acostumbrado al lugar y no sentía por tanto, la superstición que la santidad del templo inspiraba”. Pero esto lo echó a perder todo. Los sacerdotes, aunque más sacrílegos que los bravos, eran menos diestros en las artes del asesinato. No acertaron a descargar sus estiletes. Giuliano fue mortalmente herido mientras recibía la comunión, pero Lorenzo logró escapar y se acuarteló en la Sacristía. La conspiración se vino a tierra y la vendetta de los Médici fue brutal. Ambos sacerdotes fueron castrados y posteriormente degollados. Montesecco corrió igual suerte luego de ser torturado en tanto que al banquero Pazzi y al Arzobispo les abrieron el vientre y los colgaron de una de las ventanas del Palazzo Vecchio, En la Piazza della Signoria.

Los guías turísticos no especifican de cuál de las ventanas fueron lanzados, tampoco hemos hallado algún texto que lo reseñe, pero analizando el lugar se nos antoja pensar que fue por la parte del edificio que da al Pórtico de los Lansquenetes (Logia dei Lanzi) donde se halla emplazado el Perseo de Cellini sosteniendo la cabeza sangrante de Medusa, colocado precisamente allí, frente al Palacio, como una advertencia a los que pretendieren poner en entredicho el poder de los Médicis. Desde ese punto se divisa toda la Piazza della Signoria y los Uffizzi. La imagen del obispo y el banquero con las vísceras al aire y balanceándose frente a la pared de piedra serviría de escarmiento general. Si lo que se buscaba era intimidar, esta sería la ubicación idónea. Actualmente los restos de Pazzi descansan en Santa Croce, la Basílica en la que se encuentra la Capilla que lleva el nombre de la familia y donde se rodó parte de Hannibal (la escena de la opera al aire libre).

Es probable que Lombroso, como hombre erudito, conociera este episodio histórico, pero su carácter práctico y objetivo lo llevó a referirse únicamente a aquellos casos en los que trabajó de manera directa. En su Medicina Legal analiza el profundo sentimiento religioso del célebre estrangulador Verzeni, la devoción de Tortora y la proliferación de estampitas con imágenes de la Madonna o Virgen en los lupanares de Nápoles. No obstante, para nosotros la Conspiración Pazzi, dado el acentuado y radical contraste de los participantes, es el paradigma de la relación que hay entre la religión y el crimen; entre la piedad del asesino y la criminalidad reprimida del hombre de fe.

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