domingo, 30 de septiembre de 2007

LA EXPERIENCIA RELIGIOSA EN EL HOMBRE DELINCUENTE




Por Juan Carlos Bircann


Es una idea de aceptación general que la religión hace buenos y virtuosos a los hombres. Nadie se atrevería, excepto Bertrand Russell, a contradecir esta afirmación, que, escuchada cientos de veces desde la temprana infancia, ha calado en lo más profundo de nuestra conciencia. Goebbels, el célebre Ministro de Propaganda del Tercer Reich que se encargó de presentar una imagen positiva del régimen nazi a los alemanes, decía que una mentira repetida incansablemente terminaba imponiéndose como una verdad. Es el famoso Principio de Orquestación según la cual la propaganda debe limitarse a un número pequeño de ideas y repetirlas de forma permanente, presentándolas una y otra vez desde diferentes perspectivas, pero siempre convergiendo sobre el mismo concepto. Sin fisuras ni dudas.

La experiencia es una fuente de conocimiento de primer orden. Por ella tratamos las cosas de manera directa y por tanto nos movemos en el terreno de la realidad. Dejando a un lado la diferencia que hizo Platón entre doxa u opinión y conocimiento verdadero, la praxis ha sido la principal fuente de conocimiento humano. La Ciencia, que surgió como saber sistemático en las comunidades de marinos mercantes de la antigua Grecia, en el día a día, sobre hechos tan simples como pesar, medir y contar; observar los astros y las mareas, es una actividad de carácter práctico. Observación y experimentación son sus pilares fundamentales. En nuestra experiencia como Ministerio Público, desde la Fiscalía hasta la Procuraduría General de la Corte de Apelación, verdaderos laboratorios criminológicos por el que desfilan cientos de ejemplares correspondientes a las diversas categorías de delincuentes, species generis humanis, hemos podido comprobar, tanto en el despacho como en la sala de audiencias, la relación existente entre delincuencia y religiosidad.

Una de las cosas que ha despertado nuestra curiosidad, elemento indispensable del pensamiento científico, es el “perfil religioso” de los imputados que tiende a salir a flote en el curso de los procesos, sea en la fase preparatoria, preliminar, de juicio o de recursos. Durante las audiencias es común escuchar una que otra cita bíblica sobre el homicidio o el robo A veces se utiliza la religión como medio de defensa. El justiciable alega que no es capaz de cometer tal delito porque es un hombre de fe o “de la “iglesia”; en ocasiones se avalan estas afirmaciones con una cartita de la iglesia o parroquia de la comunidad en que sucintamente se señala que el imputado asiste a los oficios religiosos. Esta práctica es usual en ocasión de las vistas ante el Juez de la Instrucción con fines de determinar la procedencia y eventual imposición de medidas de coerción (Arts. 226 a 228 del C.P.P.) o de revisar las mismas (Art. 238 C.P.P.). La documentación de referencia, junto a otros elementos, como cartas de una Junta de Vecinos, de un club social, certificación de trabajo, matrícula de vehículo, títulos de propiedad, cuentas de banco y hasta recibos de suscripción de servicios básicos, tiene como finalidad disipar la presunción razonable de fuga del imputado (Art. 229 C.P.P.), probando que el mismo tiene arraigo social, familiar o laboral suficiente y que por tanto no existe riesgo de que se sustraiga a la persecución penal.
Situación similar se verifica ante el Juez de la ejecución de la Pena, especialmente en ocasión del conocimiento de una solicitud de Libertad Condicional (Arts. 444 y 445 C. P.P. y Ley No. 164 de 1980). El análisis de la documentación en que se sustenta la petición arroja que la inmensa mayoría de penados practica de manera militante algún credo. No sólo aparece la x en la casilla correspondiente a la práctica religiosa en la Certificación de Conducta que emite la Dirección general de Prisiones, sino que la misma viene robustecida por una carta de la Pastoral Penitenciaria.

La observación de los imputados en la sala de audiencia arroja como resultado la común práctica de ostentar de manera visible rosarios, pulseras otros accesorios de significación religiosa.

La experiencia religiosa en el delincuente es muy rica y variada. En los registros de morada (allanamiento) verificamos que en las puertas de las casas es frecuente hallar litografías de santos, algunas veces acompañadas de una penca de sábila o un trozo de pan. El uso de medallas con la efigie de San Lázaro es una constante. Dentro de las billeteras ocasionalmente se encuentran oraciones y postalitas, así como resguardos. A propósito del escándalo desatado hace tiempo en Santo Domingo tras la puesta en libertad de la denominada Reina del Extasis, la misma, tras ser entrevistada en E.E.U.U. atribuyó su liberación a la influencia de los espíritus. Este caso, así como la alegre cadena de indultos durante la gestión 2000-2004 son explicables por razones diferentes a las espirituales.

Contrario a lo que pudiera esperarse el Hombre Delincuente es profundamente religioso. LEONCIO RAMOS, nuestro más destacado criminalista, nos dice al respecto:

Ferri no encontró sino un ateo entre 700 asesinos; Havelock Ellis afirma que en las prisiones es cosa rara entrar librepensadores, y que, según J.W. Horsley, Capellán de prisiones inglesas, sólo encontró 57 ateos entre la cifra de 28,351 delincuentes; Laurent afirma cosa igual; y asimismo Muller y Joli afirman que entre los ejecutados en París, en el curso de veinte años, sólo uno rechazó los auxilios espirituales en los últimos momentos...Por todo lo dicho, no creemos que pueda ponerse en duda que la delincuencia es menos común entre los no religiosos que entre aquellos que profesan un credo.”

( Notas para una Introducción a la Criminología p. 275-276). Lamentablemente esta obra, sus apuntes para la docencia en la universidad, no ha sido publicada formalmente y de ella sólo existen copias mimeografiadas.


Gabriel García Márquez, en Noticia de un Secuestro, libro que narra uno de los episodios de mayor tensión en la narcoguerra que protagonizaron “Los Extraditables” y el Estado colombiano, nos relata la extraña coincidencia de pensamiento que tuvieron el General Miguel Alfredo Maza Márquez, Director del Departamento Administrativo de Seguridad (DAS) y el Padrino de los narcos, Pablo Escobar Gaviria. El Premio Nóbel de Literatura nos dice: “Para él la guerra contra el narcotráfico era un asunto personal y a muerte con Pablo Escobar. Y estaba bien correspondido. Escobar se gastó dos mil seiscientos kilos de dinamita en dos atentados sucesivos contra él: la más alta distinción que Escobar le rindió jamás a un enemigo. Maza Márquez salió ileso de ambos, y se lo atribuyó a la protección del Divino Niño. El mismo santo, por cierto, al que Pablo Escobar atribuía el milagro de que Maza Márquez no hubiera logrado matarlo”.

Finalmente el Divino Niño se quedó con Maza y Escobar fue acribillado por miembros del Cuerpo Elite el 2 de diciembre de 1993, un día después de su cumpleaños, cuando se entretuvo hablando más de la cuenta por el teléfono y la llamada pudo ser triangulada por un GPS. Hace tiempo, cuando leímos Mi Confesión nos enteramos que Carlos Castaño, jefe de los Paramilitares, tuvo activa participación en la producción de inteligencia para el operativo en que se le dio de baja al decano de los narcos.

Alonso Salazar nos cuenta que cuando El Patrón formalizó su entrega ante el sacerdote García Herreros pidió que le bendijera una medallita de la virgen que llevaba puesta; en ese mismo acto los guardaespaldas que le acompañaban, algunos de los cuales tenían en su haber cientos de muertos, se arrodillaron y pidieron al Padre que los confesara y que les diera su bendición. Horas después ingresaban a la cárcel que denominaron La Catedral, de la cual Escobar terminaría escapando.

Una anécdota curiosa, del mismo ámbito colombiano, es la de un tal Toño Molina, narcotraficante de la década del 70, quien tras cometer cada nuevo asesinato salía corriendo al confesionario a poner al cura al tanto de sus pecados.

Cesare Lombroso nos dice acerca de los reclusos:

la mayor parte de ellos, sobre todo si se trata de campesinos, es creyente, aun cuando se haya formado una religión estrecha y acomodaticia, que hace de Dios una especie de benévolo tutor de los delitos... Tortora, que había dado muerte por su propia mano a doce soldados y también a un sacerdote, se creía invulnerable porque llevaba en el pecho la hostia consagrada... Religiosísimo, y de familia santurrona inclusive, era Verzein, estrangulador de tres mujeres

(Medicina Legal, vol. I. P.130-131).


Todo lo cual se explica, según el padre de la Criminología, porque la religión

“es la supervivencia de un sentimiento atávico y, salvo en la barbarie absoluta, crece tanto más cuanto más inculto y primitivo es el pueblo; y después, porque, como ha observado ingeniosamente Ferri, la religión no es por sí misma la moral sino la sanción de la moral”

(Lombroso, op. Cit. P.132).


Años más tarde FREUD daría a conocer ideas similares en El Porvenir de una Ilusión y Moisés y el Monoteísmo, obras que nos abstenemos de comentar por razones de espacio pero que sugerimos leer (recomendamos la edición de sus Obras Completas, en tres volúmenes; traducción de Luis López-Ballesteros y prólogo de Ortega y Gasset. Biblioteca Nueva; Madrid, España, 1973).

El perfil religioso del criminal se manifiesta además en el uso de tatuajes alusivos a cuestiones de fe. Es frecuente observar cruces, biblias e imágenes de santos. En cierta ocasión tuvimos la oportunidad de apreciar una auténtica obra de arte tatuada sobre toda el área del tórax de un recluso. Se trataba de la figura de Jesucristo en cuyo centro había un corazón espinado y sangrante. La figura se destacaba aún más por el contraste que hacía con la piel blanca del sujeto, los efectos luminosos que le aplicaron y el hecho de que el artista se cuidó de que el corazón de ambos coincidiera en el mismo punto.

Al tratar este tema no podemos pasar inadvertida la Oración del Santo Juez:

Señor, líbrame de mis enemigos. Si ojos tienen, que no me vean. Si manos tienen, que no me agarren. Si pies tienen, que no me alcancen. No permitas que me sorprendan por la espalda. No permitas que mi muerte sea violenta. No permitas que mi sangre se derrame. Tú que todo lo conoces, sabes mis pecados pero también sabes de mi fe. No me desampares. Amén.

Esta oración tiene variantes, como se evidencia en Confesiones de un Delincuente, del colombiano José Navia. La hallamos de manera viva es en la novela (llevada al cine) Rosario Tijeras del reconocido escritor Jorge Franco Ramos. De hecho el trailer del filme es dicha oración recitada por una mujer.

En la República Dominicana tenemos una obra muy completa respecto a la relación entre religiosidad, superstición y delito. En ella se transcriben algunas versiones de oraciones muy conocidas, como la de la Santa Camisa. Se trata del libro escrito por M. R. Cruz Díaz en 1945 y que lleva por título Supersticiones Criminológicas y Médicas. El autor complementa la teoría con vivencias propias en ocasión de desempeñarse como Juez de Instrucción en Santiago y la Provincia Duarte (San Francisco de Macorís). Es un texto tan completo que incluso lleva anotaciones jurisprudenciales sobre el tema.

En familias en que no existe la figura paterna y que por tanto la autoridad y responsabilidad recae sobre la madre se nota una mayor devoción por la Virgen. Así vemos que un recluso del penal de Bellavista (Colombia) expresa:

Nosotros le rezamos a Chuchito y a la Virgen, pero sobre todo a la Virgen porque ella es la Madre de Dios, y la madre es la madre, aquí y en cualquier parte”. Más adelante agrega: “Creo en Dios y en la santísima Virgen y siempre vamos es pa’delante. La Sagrada Escritura prohibe matar, yo entiendo que no se debe matar cristianos. Pero aquí no matamos cristianos sino animales. Porque una persona que tenga inteligencia no mata a un trabajador para robarle el sueldito y dejar aguantando hambre una familia. Ni los animales hacen esas maldades. Como cristianos creyentes nos defendimos y nunca me ha remordido la conciencia, a pesar de tanta sangre”. (Alonso Salazar. “No Nacimos P’a Semilla”. P.76).

En situaciones como estas la religión subsiste con fuerza extraordinaria. Sólo que en esta modalidad Dios ha sido destronado. La Virgen le ha dado golpe de Estado.

Esta visión distorsionada de la religión no es exclusiva de los delincuentes. Muchos criminaloides que pululan por la calle, gente aparentemente normal, tienen ideas parecidas, inculcadas por la educación que reciben. El buen comerciante reza para que le salga bien el negocio en que piensa engañar a alguien y el sicario lo hace para que no le fallen los tiros, para que el trabajo le salga bien y no lo descubran. Sobre este particular cabe destacar la práctica de usar balas “rezadas”, las que se hierven en agua bendita previo a colocarse en el arma. En La Virgen de los Sicarios (Fernando Vallejo, Alfaguara, 1994) y la ya citada Rosario Tijeras (Jorge Franco Ramos, Plaza & Janés, 1999) se destaca el oficio de este ritual así como las oraciones a María Auxiliadora, patrona de los sicarios.

Especialmente ilustrativa de este tema es la muy conocida obra de Germán Castro Caycedo, La Bruja: coca, política y demonio. Aquí se traza un bosquejo histórico de los orígenes del narcotráfico en Colombia y su relación con la alta política. Todo a la luz de una amalgama de catolicismo ortodoxo y hechicería. Este libro fue prohibido por los tribunales del Departamento de Antioquia, pero luego la Sala Plena de la Corte Constitucional revocó el fallo. Lleva más de 10 ediciones y las últimas contienen la sentencia como anexo y algunas glosas. Realmente vale la pena leerlo.

Quienes leyeron El Padrino y El Siciliano de Mario Puzo recordarán la profunda devoción de la famiglia Corleone. Salvatore Giuliano antes de ejecutar al barbero que lo traicionó le concedió un minuto para que hiciera las paces con Dios. Del mismo autor es Los Borgia, obra póstuma, concluida por su compañera Carol Gino. Antes de morir Puzo se refirió a esta novela de carácter histórico como “otra historia familiar”. En ella se recrean los pecadillos y travesuras del Papa Alejandro VI y sus hijos: asesinato, envenenamiento, traición, robo, usura, incesto, etc. Con razón el libro lleva el subtítulo “la primera gran familia del crimen”.

En Hannibal Thomas Harris nos describe al Dr. Lecter con los ojos piadosamente cerrados mientras es bendecida la cena y agrega que el apóstol Pablo no lo hubiera hecho mejor.
Como puede apreciarse, tanto en la vida real, algunos de cuyos episodios han sido plasmados a manera de testimonio en las obras precitadas, como en la literatura, histórica o de ficción, la relación religiosidad/delito es palpable de forma evidente. Por ello, a la luz del pensamiento criminológico, la religiosidad del justiciable más que una atenuante a su favor constituye un estigma y hasta cabe la posibilidad de tratarla como un indicio.

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